El papa Francisco celebra hoy jueves su cumpleaños número 79 aun enormemente popular entre la mayoría de los cristianos, pero cada vez más criticado por sus oponentes conservadores dentro de la iglesia.
Esos críticos, molestos por lo que consideran la agenda radical del pontífice, apuntan ahora al recién concluido sínodo sobre la familia, donde el divisivo tema de la comunión para los que se vuelven a casar por la vía civil tomó el centro de los debates. Los críticos han expresado además su alarma por el llamado de Francisco a descentralizar la iglesia y hacer menos arduo el proceso de anulación matrimonial del Vaticano. Les molesta su activismo ambiental, se preguntan que espera a la ortodoxia católica en este Año Santo de la Misericordia y fustigaron como sacrilegio la reciente proyección de imágenes de la naturaleza en la Basílica de San Pedro.
El Remnant, un pequeño periódico tradicionalista estadounidense, publicó la semana pasada una carta abierta a en la que pide al papa Francisco cambiar de curso o renunciar, argumentando que su papado está «causando graves daños a la iglesia». Organizadores dicen que unos pocos miles de personas han firmado la petición.
«Usted ha dado muchos indicios de una hostilidad alarmante a las enseñanzas tradicionales de la iglesia, su disciplina y sus costumbres y los fieles que tratan de defenderlas, al tiempo que se mantiene preocupado con asuntos sociales y políticos fuera de la competencia del pontífice romano», dijo el periódico. «Esta situación atroz no tiene paralelos en la historia de la iglesia».
Para decirlo de forma más simple: «Mucha gente en el Vaticano quiere que Francisco se muera», dijo Francesca Chaouqui, la mujer en el centro del escándalo de filtración de documentos que sacude el Vaticano.
En una entrevista el fin de semana con el periódico italiano La Stampa, Chaouqui dijo que las reformas internas y nominaciones han envalentonado a sus enemigos, muchos de los cuales estaban en el Vaticano cuando Francisco era el arzobispo de Buenos Aires y tenía relaciones difíciles con la Santa Sede.
Algunos de esos cardenales y obispos se están resistiendo abiertamente a sus reformas mientras que otros dentro y fuera del Vaticano están simplemente esperando el fin de su pontificado, con el argumento de que los papes vienen y van, pero la Curia permanece.
«El papa Francisco no tiene la confianza de muchos conservadores católicos y el número de quienes no confían en él ha crecido enormemente desde el sínodo», escribió el columnista conservador Damian Thompson en el periódico británico Spectator el mes pasado. Dice que no piensa que las cosas se vayan a calmar antes del proximo cónclave, «que muchos católicos conservadores quieren se realice lo más pronto posible».
El pontífice argentino, que nunca rehúye de la pelea, parece imperturbable y muy posiblemente envalentonado por las críticas. Y no hay indicios de que las mismas representen una amenaza a su amplia popularidad, toda vez que las preocupaciones se han visto confinadas en la esfera pública a expertos mayormente anglosajones e italianos escribiendo en publicaciones predeciblemente conservadoras y que dicen hablar a nombre de un creciente número de feligreses y clérigos católicos, básicamente anónimos.