Vicente Fernández se despidió de los escenarios con un histórico concierto en un repleto Estadio Azteca en México.
Las alas de Vicente Fernández se abrieron para emprender su último vuelo.
El inmueble que fue tocado por Dios a través de la mano santa de Maradona vio surcar la noche de ayer a El Charro de Huentitán con la misma grandeza con la que se recuerda a las leyendas que han forjado la cultura de esta patria.
Chente tocó el cielo, saludó a Dios, marchó, saludó, lloró y se alimentó de más de 85 mil almas que sellaron con letras doradas un pasaje irrepetible dentro de la música nacional.
La historia comenzó a las 21:18 horas, cuando un cuidadoso Charro se incorporó al cobijo de su raza. Siempre elegante, con un traje aurinegro que nadie podrá llenar.
Su bigote se extendió por todo el rostro, la familia mexicana le dio la bienvenida con un grito que ni un gol de Javier Hernández podría igualar.
El tema No me sé rajar abrió el primer capítulo. El Coloso se sintió vivo.
La energía que Vicente mostró dejó a todos boquiabiertos, nadie podía creer por qué decía adiós a los escenarios si su ímpetu fue más que los robles.
Terminó su interpretación sudando, empapado; la nieve de su cabello brillaba y, con delicadeza, se limpió con una toalla. Tomó un poco de agua y envió un mensaje que quebró a todo mundo.
Quisiera decirles unas palabras. Yo siempre he creído que en el mundo somos dos clases de gente: los ricos muy pobres y los pobres muy ricos, porque el dinero es tan vulgar y corriente que, gracias a Dios y a todos ustedes, hasta un ignorante como yo ha logrado tener.
«Pero hay una cosa que no se compra ni con todo el oro del mundo y eso me lo han regalado sin que les ponga una pistola y eso es lo que me gustaría dejarle de herencia a mis hijos, porque el día que Dios me recoja quiero que digan con humildad que fueron hijos de un gran señor que tuvo dos vicios: trabajar mucho para darles lo que nunca tuvo y ser capaz de quedarse muerto en un escenario para llevarse lo que más quiso en esta vida: su respeto, cariño y aplausos, pronunció.
El final de su mensaje inundó sus ojos con lágrimas, las cuales removió con sus manos y una toallita.
El grito de ¡Chente! ¡Chente! ¡Chente!, lo alimentó para continuar con su noche.
Ojalá que te vaya bonito y Me voy a quitar de en medio continuaron la fiesta.
En la primera fila Cuquita, su amada esposa, lo vio crecer conforme pasaban las horas.
Mujeres Divinas, Te quise olvidar y Un motivo animaron a que las cervezas comenzarán a aliviar los corazones rotos por la despedida.
«Gracias a Emilio Azcárrga Jean por permitirme gozar de este último concierto de mi vida, como yo lo había soñado y gracias a todos mis amigos que me han dado tanto respaldo por más de 50 años, expresó.
RECUERDA AL POETA
Chiquillos vestidos de charros acompañaron a sus papás en las gradas del Azteca y cantaban como pequeños gigantes.
Durante la velada recordó a su abuelo con Las llaves de mi alma y su corazón que latía se rindió al recuerdo del Poeta del Pueblo, su amigo Joan Sebastian a quien le rindió un bonito tributo de cinco piezas, unas palabras que erizaron la piel y una vista al cielo para saludarlo.
Estos celos sellaron el homenaje, mientras todos bailaban y agitaban su sombrero con singular alegría.
«Dios nos recoja en un momento así. Estas canciones me dan mucho gusto, pero a la vez me lastiman, porque son de Joan Sebastian, compartió afligido pero con ganas de que Juliantla lo escuchara.
CABALGA CON
EL POTRILLO
«Hace 22 años lancé al más pequeño de mis potrillos y hoy, por ser la última actuación de mi carrera, quiero invitarlo con el respeto que se merece, señaló para presentar a Alejandro Fernández.
El heredero salió al escenario para honrar a su padre con el mismo estilo de traje que ya es una tradición en su familia.
Paloma querida fue el primer dueto del momento tan esperado.
Alejandro se dejó abrazar por la emoción y de un jalón se quitó el moño. Lo dio como regalo a su papá, quien a su vez se lo dio a su amada Cuquita.
El Potrillo interpretó Mátalas mientras su papá se cambiaba el vestuario.
Sin embargo fue Cuando quería ser grande el que mostró la vulnerabilidad del cantante, que no paró de llorar.
Chente volvió con un traje de charro beige para cantar Perdón al lado de su hijo, quien le realizó una promesa:
«Te prometo y te juro que jamás dejaré morir la música mexicana, siempre la llevaré tatuada en el corazón y la seguiré llevando por todo el mundo, así como tú me lo encargaste, dijo el menor de la dinastía para sellar su palabra con un abrazo y un beso.
INCANSABLE
«Ya saben que si más aplauden, yo sigo cantando, recordó Vicente a su público, quien no quería que la noche acabará.
Habían pasado 90 minutos y el nacido en Jalisco hace 76 años apenas había calentado el cogote al lado de sus más de 50 músicos.
Pero como era de esperarse llegó un momento en el que las piernas necesitaban un descanso.
Mientras interpretaba muy alegre Te lo juro por Dios, lanzó otro moño aparentemente a su mujer, que casi lo hace resbalar. Trastabilló y se mantuvo de pie. Un suspiro de la gente evidenció el alivio por el accidente que se evitó.
Fernández mejor tomó asiento tras una mesa y contó historias de las 36 películas que realizó y con trago en mano, puso a todos a bailar con La ley del monte.
Hasta el cierre de esta edición Vicente Fernández llevaba más de tres horas de un concierto que parecía no tener fin.
REVENTA INCONTROLABLE
Aunque los boletos para ver a Vicente a Fernández anoche en el Estadio Azteca fueron gratis, los revendedores, en los alrededores del inmueble, los ofrecieron hasta en tres mil pesos.
Era común ver la compra de extranjeros que viajaron sin saber que se necesitaba boleto para ingresar, como Marlon Trevor, de Puerto Rico.
«La verdad es que jamás profundicé en la necesidad de un boleto, creí que iba a llegar e iba a acceder como si nada, pero ni modo. Lo bueno es que mi madre y yo ya lo tenemos y vamos a hacer que esto valga la pena, compartió.
Grupo Fernández recomendó arrebatar a los sujetos los boletos y echarse a correr; sin embargo, para todos no fue la opción.
El sitio de precopeo en la zona aledaña al Azteca fue concurrido, entre el que se encontraban unas colombianas. Vinimos porque el señor es toda una institución en Colombia. Se nos va, qué triste, lloraremos pero agradecemos toda la alegría.