La formulación inicial nos lleva implícitamente a considerar los mecanismos y actitudes que nos invitan a consumir de manera irreflexiva. Es lo que se llama la compra compulsiva, el impulso irrefrenable por el deseo de acaparar.
Es la actitud que muchas veces tenemos cuando estamos, por ejemplo, en un centro comercial, y notamos cómo si los productos nos reclamaran, como que su compra nos fuera imprescindible.
¿Cuántas veces ha sucedido que hemos ido a la tienda de la esquina a comprar un kilo de azúcar que imprevistamente se nos había agotado y hemos regresado a casa con un montón de productos que tal vez no necesitábamos tan urgentemente?, pero… ya que estábamos en la tienda aprovechamos para cogerlas. O ¿cuántas veces al pasear hemos visto en un escaparate algo que nos ha llamado poderosamente la atención y no hemos podido resistir la tentación de comprarlo, pese a que no nos era en absoluto imprescindible?
En el consumismo es importante el hecho de consumir, porque una de sus características es la necesidad insaciable que crea. Los medios de comunicación, como la televisión, la radio, Internet o la publicidad estática o impresa, nos invitan constantemente a comprar. El llamado consumismo crea, a través de la publicidad masiva, falsas necesidades. Tal o cual producto se nos presenta en coordenadas de absoluta obligatoriedad, pero no exclusivamente por la calidad intrínseca del mismo, sino por la ansiedad que nos provoca el no adquirirlo. También el hecho de que cada vez más los productos sean de corta vida, o sea, de usar y tirar, ha generado en nosotros un ansia por tener algo nuevo y de último modelo.
Pero pese a todo, comprar es una experiencia muy placentera, saludable por la seguridad que conlleva saber que podemos suplir nuestras necesidades más vitales del día a día. Es parte de nuestro equilibrio emocional tener dinero para comprar y satisfacer nuestras necesidades. Pero junto a la adquisición, también hay claroscuros que permanecen ocultos y que están desdibujados en nuestra personalidad. A veces son carencias personales, falta de afectividad, inseguridades, miedos, ansiedad, etc. Compramos porque tenemos carencias, porque pensamos que aquello que compramos llenará ese espacio vacío que tenemos. Pero cuanto más tenemos, más necesitamos. Es la espiral del consumismo.
Delante de las compras estamos en manos del subconsciente. Las neuronas de la recompensa que vinculan la compra con el placer, es un circuito de recompensa. Pero el problema es que se mantiene muy poco la duración del efecto, por lo cual hay que volver a comprar. Y el círculo se convierte en una espiral que no cesa hasta que nos vuelve a atrapar otra vez comprando.
Superando adicciones consumistas
* Somos ciudadanos, no consumidores. Una tendencia persistente en los últimos decenios es la de denominar al ciudadano, consumidor. Así aparecen estereotipos como las oficinas de defensa del consumidor, en lugar de oficinas de defensa del ciudadano; porque, sin duda, somos antes ciudadanos que consumidores. Consumir es una de las actividades del ciudadano, no la única. Superar las adicciones consumistas implica cambiar ciertas acepciones en nuestro vocabulario y en nuestro esquema mental.
* Comprar para suplir, no para acaparar. La compra compulsiva nos hace creer que acaparando todo lo que deseamos nos sentiremos más llenos y felices. Pero el concepto de posesión no logra suplir ese deseo, en cualquier caso sólo lo satisface momentáneamente y por muy poco tiempo: en el viaje a casa o al día siguiente, esa necesidad psicológica vuelve a quedar huérfana. Comprar para suplir una necesidad es aprender a valorar las necesidades del día a día, con presupuestos cerrados y listas concretas.
* Visitar un centro comercial y salir sin comprar absolutamente nada. Este es un ejercicio que en principio se deberá realizar después de haber efectuado la compra de la semana o del mes. Es decir, después de estar seguros de que ya se ha realizado la compra habitual de la casa y de que no hay ninguna necesidad esencial pendiente, visitar el centro comercial con la única finalidad de pasear, ver productos, mirar escaparates y salir sin comprar absolutamente nada. Avanzando en el ejercicio, se puede ir al centro comercial sin previamente haber realizado la compra semanal o mensual, pero saliendo otra vez sin adquirir nada. Ejercitarnos en ver, desear y no comprar, ayudará mucho a disciplinar nuestros apetitos consumistas.
* Nuestra felicidad nunca crecerá por comprar más. En todas las culturas, la felicidad aumenta mientras se cubren las necesidades básicas, pero cuando ya se ha superado, por mucha compra que se haga no seguirá subiendo la felicidad. Pensar que comprando más seremos más felices es suponer que el dinero hace la felicidad; pero no podemos confundir el dinero con la riqueza. El dinero adquiere y es metal de intercambio de cosas; la riqueza son valores que crecen en la persona, su forma de ser, lo que es, no necesariamente lo que tiene.
* Menos también puede ser más. Se puede cambiar el pensamiento consumista que postula que tener más es más y mejor? También se puede tener más teniendo y adquiriendo menos. Ejercitarnos en ello nos permitirá ver que a nuestro alrededor hay multitud de razones para disfrutar de cosas sencillas que nos pueden llenar tanto como ese el deseo consumista de tener más para tener más. Para aprender a disfrutar de menos como si fuera más, podemos reciclar elementos de la casa para otras funciones en lugar de tirarlos definitivamente. Reciclar y clasificar convenientemente la basura también nos ayudará a ver lo que tiramos y malgastamos cada día sólo por desear y consumir. Menos, también es más.