Con la luz que provoca euforia y el calor de los largos días, el verano nos ayuda a sentirnos bien. El sol, a pequeñas dosis, hace milagros sobre nuestro estado de ánimo y nuestra piel. Sin embargo, cuando comienza el otoño y poco a poco el sol desaparece, podemos buscar formas para prolongar los efectos saludables del sol. ¿Quieres aprender cómo?
El bienestar estival
Se trata de una curiosa ecuación donde el sol, a pequeñas dosis, juega sobre nuestra piel un impacto muy beneficioso. En realidad se trata de un círculo vicioso que hace que nos sintamos bien, a pesar de que a partir de la entrada del otoño, la situación ambiental pueda dar un giro de 180º. Una piel bonita permite, efectivamente, que nos sintamos mejor.
Pero también puede traicionarnos instantáneamente: poros dilatados o tez ajada traducen claramente nuestras preocupaciones. No es una casualidad si nuestro estado de ánimo y nuestra piel están íntimamente ligadas: embriológicamente, piel y cerebro proceden del mismo tejido.
Un estado de ánimo positivo
Para convencerse de esto, basta con recordar la caricia del sol sobre nuestra piel. La sensación de calor aumenta nuestros sentidos y permite a la temperatura del cuerpo armonizarse con el exterior. Una forma de comunicación con los elementos que nos regeneran y nos calman al mismo tiempo.
Pero el sol, con sus rayos, nos permite ante todo sintetizar la vitamina D, esa vitamina milagrosa que ayuda a nuestro organismo a absorber y fijar el calcio para reforzar los huesos, dopar nuestro sistema inmunitario, prevenir las enfermedades cardiovasculares, ofreciendo al mismo tiempo un estado de ánimo positivo.
Esto nos da ganas de hacer el lleno, sacando de donde se puede algunos minutos de sol suplementarios mientras todavía se esté a tiempo. No necesitamos para ello una larga exposición. Exponer los brazos al sol durante 15 minutos, tres veces por semana, en horas razonables, es suficiente. Cuidado, la vitamina D no se sintetiza más que bajo los efectos de los rayos UVB: inútil pues acudir a centros de bronceado que hoy en día se reconocen como peligrosos para la piel.
Un tono de piel bronceado
Pero la vitamina D no sólo es la única puesta en causa. Normalmente, el simple hecho de ver nuestro rostro bronceado en el espejo aumenta nuestro estado de ánimo. No hay nada más natural que querer mantener ese tono de piel saludable el máximo de tiempo posible. Para ello sólo conviene un solo gesto: hidratar la piel.
Más que nunca es importante conservar los buenos hábitos del verano y aplicar con frecuencia sobre el conjunto del cuerpo hidratantes adaptados. Es este ritual el que preservará el bronceado y la tonicidad de nuestra piel.
Igualmente, la vitamina C es indispensable. Esta vitamina permite conservar el brillo y el tono de la piel, combatiendo igualmente todas las manchas que pueden aparecer a partir del otoño.
Igualmente, nuestra alimentación puede ser un método muy saludable. Se debe poner el acento en los alimentos ricos en betacarotenos: se puede hacer una cura de frutas y verduras naranjas, incluidas aquellas en las que no se suele pensar en otoño, como las primeras clementinas o los kakis. Tampoco debemos dejar de consumir bebidas antioxidantes como el té verde.