Nuestros fantasmas están con nosotros, a la vista de todos. Sólo tenemos que mirar con cuidado. Otras personas, muchas de ellas muertas hace tiempo, construyeron estructuras para trabajar, vivir o jugar. Y después se fueron a otros lugares, lugares más nuevos. En algunos casos, las bolas de demolición borraron todo rastro del pasado, pero a menudo los cadáveres se quedaron, creciendo mayestáticos en su decrepitud.
Así, la arena reclamó una casa abandonada en Sudáfrica. Un cobertizo en Australia, visitado sólo por vándalos, aún acoge a tranvías que no se movieron en más de un siglo. Una silla de barbero esperaba entre las ruinas de una prisión de Filadelfia. Las chozas Quonset en Filipinas, abandonadas hace tanto por los marines estadounidenses, se deshacen en apocalíptico esplendor. «El tiempo consume», dijo Aristóteles. Y hay una belleza espantosa en eso.
Por acá las fotos:
1: Estructuras de cemento llamadas «chozas Quonset» en la base Subic Bay Freeport Zone, en la provincia de Zambales, norte de Filipinas.
2: Un sofá roto junto a una carretera y a viviendas abandonadas en la zona residencial de la mina Durban Deep, en Roodepoort, al oeste de Johannesburgo, Sudáfrica.
3: Sillas sobre las mesas en un aula abandonada en el pueblo abandonado de Simacem, en el norte de Sumatra, Indonesia.
4: el monte Sinabung enmarcado por un edificio semiderruido en el pueblo abandonado de Simacem, en el norte de Sumatra, Indonesia.
AP
