Cuando llega la navidad, los niños ya no le piden a Santa bicicletas, barbies o pelotas -al menos, no tanto como antes-. En la lista de regalos, ahora se leen cosas tales como «laptop», «celular» o «tablet». Como padres, no tiene sentido resistirse al avance de la tecnología, pero, ¿en verdad es beneficioso regalarle un artefacto tal como una tablet a un niño? Hoy, te ayudaremos a responder esta pregunta y te mostraremos las ventajas y desventajas de esta decisión.
El lado positivo
La tablet no solo constituye una gran fuente de entretenimiento. También, es una puerta de acceso a un gran caudal de información. En este sentido, este artefacto tiene la capacidad de acercar realidades muy lejanas o abstractas. Por ello, la tablet puede tornarse en un excelente instrumento de aprendizaje. Asimismo, el empleo supervisado de este aparato tiene el potencial de acelerar procesos tales como aprender a escribir, a leer o bien desarrollar la memoria y un sinnúmero de habilidades artísticas.
El lado negativo
Ahora bien, cuando de tablets se trata, no todo es color de rosas. Este artefacto, así como el resto de los dispositivos electrónicos, no es muy bueno a la hora de promover una vida activa. En otras palabras, las tablets son una de las grandes aliadas del sedentarismo. Esta realidad representa una verdadera problemática, dado que puede resultar en complicaciones de salud muy severas, tales como diabetes, obesidad y depresión.
Recomendaciones
Si te decides por comprarle una tablet a tu pequeño, supervisa su uso. Ten en cuenta que él no tiene la edad suficiente como para utilizarla de forma responsable. Entonces, deja que disfrute de las bondades de este aparatito, pero no permitas que por ello deje de realizar otro tipo de actividades, como hacer deportes o jugar con amigos. La idea es que la tablet enriquezca su vida -no que la empobrezca-.
Ahora, ya dispones de más datos para realizar la decisión más acertada. Eso sí, no te olvides de ser un buen modelo para tus hijos en el uso de la tecnología. Después de todo, las acciones siempre hablan más fuerte que las palabras -y los niños lo saben-.