Cada 28 de junio se conmemora en todo el mundo el Día Internacional del Orgullo LGBT+ y no hay ciudad en el mundo en el que no se cante "A quién le importa", de Thalia.
Todo nació en un pequeño bar de Nueva York y una tristemente célebre revuelta ocurrida hace 51 años y hoy en día millones de personas del todo el continente siguen recorriendo un largo camino por ser reconocidos, por tener igualidad de derechos, entre logros y amenazas y con la pandemia del coronavirus (orthocoronavirinae) que impidió que se hagan actos multitudinarios.
El pegadizo estribillo que popularizó Ariadna Thalía Sodi Miranda "A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga", que nació en 2002 se transformó en una canción insignia de quien lucha por sus derechos.
Fue Carlos Berlanga, un cantante y letrista que tuvo un papel fundamental en la movida de esos años, en unas vacaciones en Grecia, quien empezó a esbozar esa letra en su cuaderno de notas y quien fue el "cerebro" junto a Nacho Canut, de este hit que trascendió generaciones.
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Fue el miemo Canut, quien habló sobreprendido sobre su reación en una entrevista con la revista Vanity Fair: "Creíamos que estábamos haciendo un tema al estilo de “I am what I am” de Gloria Gaynor. Nunca me he propuesto componer un himno y creo que eso además lo decide el público, no el compositor. Son cosas que no se pueden forzar”.
El salto inmediato a la fama fue en 1986 y vino de la mano de Alaska,una cantante, actriz, compositora y presentadora mexicana y radicada en México que en ese momento estaba al frente de la "La bola de cristal", un programa que seguían por igual chicos, familias y los fanáticos de Los Pegamoides”, su grupo punk, y que reflejaba la explosión cultural en España.
Para promocionar el disco "No es pecado" que incluyó este tema, Alaska se rasuró la sien, maquilló sus párpados en tonos metalizados, mantuvo sus largas uñas y se calzó unas plataformas altísimas y unas chaquetas plateadas.
La cantante mexicana-española era vista por los medios y el gran público como una exótica contradicción: su aspecto entre punk y cyber podía resultar agresivo para un segmento de la población que a la vez la encontraba culta y educada. También rompía con el arquetipo de la típica diva gay.
"El tema enseguida se convirtió en un gran éxito comercial y la doble intención de sus frases no pasaron inadvertidas para el colectivo gay, ávidos de una canción que representara su lucha, que empezaba a tener más visibilidad en esos años", dijo Canut a la Revista Vanity Fair cuando se cumplieron 30 años de su lanzamiento.