A Michael Jackson le iba bien eso de creerse niño eterno. Qué otra cosa puede decirse de quien con voz angelical pidió la liberación de la ballena Willy y pasó incontables tardes entre juegos de diversiones y malvaviscos en su rancho con nombre de cuento: Neverland. Uno que, como todos los cuentos de hadas, simboliza también la monstruosidad.
Y es que en la figura del Rey del Pop los opuestos se encuentran y se trastocan: el hombre que alguna vez fue Embajador en favor de los niños con cáncer terminal para la Unicef es el mismo que hoy aparece en documentales acusado de pedofilia.
Conforme pasa el tiempo y nuevas investigaciones arrojan detalles sobre su vida, el nombre de Michael Jackson se aleja, como el ángel que cayó a los infiernos, de la luminosidad que revistió como artista, y construye en paralelo una figura mítica y oscura; un reverso sin alas ni blancura prefabricada que se asoma empujado por la misma mano que lo colocó como ídolo de las masas desde los 80: el showbiz.
Cuando se creía que la imagen del cantante ya no podía estar más dañada, la televisora británica QuestOD transmitió el pasado sábado, a pocos días de su décimo aniversario luctuoso, 'Killing Michael Jackson', documental que refuerza las hipótesis sobre su supuesta pedofilia.
Ese lado oscuro que quedó muy claro en otro documental, Leaving Neverland (2019), en el que se cuenta cómo Michael llevaba niños a Neverland bajo la promesa de vivir, juntos, para siempre, en el País de Nunca Jamás.
Lo que nunca jamás se sabrá al menos jurídicamente es si el menor de los hermanos Jackson fue, en efecto, el villano del cuento.
'Killing Michael Jackson' también da cuenta de lo que se rumoró sobre el artista por muchos años: su adicción a los fármacos.
En el material audiovisual de este documental se muestran, por primera vez, las fotografías tomadas por los policías que irrumpieron en la habitación donde murió el cantante en su casa Holmby Hills, en Los Ángeles.
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En el informe policial, elaborado por los agentes Orlando Martínez, Dan Myers y Scott Smith, se lee: “La habitación luce caótica y llena de drogas, hay post-its pegados en los espejos; no sabemos si son pensamientos o poemas. Es un desastre. Hay agujas por todos lados y un tanque de oxígeno. No parece una habitación adecuada para ningún tipo de tratamiento médico”.
Según esta versión, el lecho de muerte de Jackson no pudo ser más bizarro: sobre la cama donde murió había, también, una muñeca de porcelana y fotografías de niños.
La autopsia reveló que el compositor de Thriller padecía severos trastornos del sueño y crisis de ansiedad, que eran tratadas con altas dosis de benzodiacepina que le recetaba su médico, Conrad Murray.
Dos años después, en 2011, Murray reconoció que abandonó la habitación esa mañana luego de suministrarle sedantes vía intravenosa. Se había ido para atender unas llamadas y, cuando regresó, se encontró a Jackson sin respiración. Su sentencia: cuatro años de cárcel por homicidio involuntario.
La realidad es que al Rey ya no le satisfacía su imperio, que financieramente también se desmoronaba. Las cirugías y las polémicas apenas le permitían salir de su guarida para lo necesario.
La consecuencia de aquel convulso pasado fue ese perfeccionismo con el que tantas veces simuló bailar sobre la Luna como un alienígena, uno tan misterioso, tan pop, que, incluso muerto, genera la misma pregunta: ¿quién es Michael Jackson?