La conquista es todo un arte que incluye una serie de estrategias, complicidades y encuentros que pretenden llegar al «final feliz». La apariencia no es el único aspecto que las mujeres tienen en cuenta, pero si es determinante para que la relación fluya de una mejor manera.
Y sucede que en ocasiones los hombres, que no somos muy prestos a reparar en detalles, descuidamos algunos aspectos físicos que van a causar rechazo por parte de las mujeres.
Es por eso que vamos a hacer un repaso de esos errores que a veces cometemos para que «con mucha delicadeza» le hagas ver a quien te interesa y enmiende su error (u horror).
Uñas descuidadas
Algo que le agrada mucho a las mujeres son unas manos varoniles, esas manos que irradian fuerza, seguridad y protección, independiente de que sean las de «mecánico» (pequeñas y de dedos regordetes) o de «pianista» (largas, de dedos delgados y nerviosos).
Pero, por más varonil y sobreprotectora que parezca la mano, el encanto se pierde totalmente si las uñas presentan un aspecto descuidado, uñas sucias, mal cortadas o aún peor mordidas, van a causar en toda mujer un rechazo instantáneo.
No estamos hablando de que sea obligatorio un manicure, basta con que las uñas se vean limpias. Y cortadas parejas.
La misma regla aplica para las uñas de las pies, que en ocasiones asemejan más a poderosas y despiadadas garras de ave de presa.
Vello facial excesivo
Los hombres que tiene la fortuna de tener un vello facial poblado (que no es mi caso) cuentan a la vez con un don y con una maldición. Si bien es cierto las mujeres gustan de los hombres con varoniles y pobladas barbas, también demandan que la misma esté bien cuidada y nunca luzca desordenada.
Una barba exige cuidados, cuidados que a veces los hombres en sus cotidianos afanes no le brindan lo que hace que esa sensual barba se convierta de la noche a la mañana en una maraña de pelos más propia de un convicto.
Las cejas son otro aspecto que las mujeres tienen muy en cuenta, para este detalle prefieren el punto medio; ni la ceja depilada y delgada, ni la línea peluda que cruce toda la frente.
Olor a sudor
Uno de esos curiosos mitos que va de generación en generación sugiere que el «aroma natural» de los hombres es un poderoso afrodisiaco, pues muestra la virilidad del mismo y que es más cautivante que la más fina loción.
Ahora bien, en algunos hombres este olor tiene poco de afrodisiaco y se convierte en todo lo contario, un repelente con un área de influencia de metros a la redonda que afecta a todos menos a quien lo genera.
Para estos casos, tener siempre a la mano un desodorante va a evitar pasar esos momentos incómodos.
Mal aliento
En este aspecto no hay puntos medios, la halitosis es otra pesadilla en quien la posee, al ser la palabra hablada la mejor arma a la hora de seducir, nada más agobiante para una mujer que el galán que se aproxima a ella y le susurra dulces palabras exhale un hedor insoportable. El olfato es un sentido brutalmente honesto y no puede ignorar algo que le desagrade.
Y en este caso, como el del sudor, quien lo porta ignora tal situación, aunque si se le hace extraño que cuando se acerca para hablar con alguien dicha persona aleja automáticamente la cabeza. Los chicles son la más rápida salida (aunque no definitiva), los enjuagues bucales son bastante efectivos, pero de ser persistente este mal, lo ideal es acudir a un odontólogo o un especialista de problemas digestivos.
Gases
La exhalación de gases corporales hace parte de los juegos de grupos de hombres en su adolescencia, que piensan que los sonidos que los acompañan resultan más divertidos entre más estruendosos sean.
A algunos hombres la madurez les llega bastante tarde y continúan considerando esta práctica como algo divertido; en otros casos es la rutina la culpable, y hace que él que en los inicios de la relación fuera un caballero a carta cabal se convierta después en un descuidado productor de metano ambulante.
En ambos casos, este es otro de esos factores que saca corriendo a las mujeres (en más de un sentido) por lo que más que recomendable, es mandatorio hacerle caer en cuenta al hombre lo poco correcto de su proceder.