Para su reducido tamaño y población (600,000 habitantes), Oslo es una ciudad extraordinariamente atractiva, repleta de museos, edificios históricos, castillos, templos y parques. Y no olvidemos que alberga el original del cuadro ‘El grito’ de Edvard Munch.
Pero uno de los lugares que más sorprende a los foráneos es el parque de esculturas Vigeland, situado en Frognerparken. Recoge la obra magna del escultor Gustav Vigeland, que no solo aportó más de 200 piezas relacionadas con el paso y –sobre todo– la agonía de la vida, sino que se implicó en el diseño del propio parque.
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Sin excepción, las tallas –realizadas solo en dos materiales, piedra y bronce– representan a figuras humanas en diferentes estados de ánimo y momentos de la existencia. Los personajes están desnudos, “viven” en absoluta libertad, pero lo mismo pueden estar encarando la vejez con una mirada perdida, en plena pelea matrimonial, jugando con los hijos en un momento de gran disfrute que corriendo sobre la hierba con las trenzas al viento.
Nada más entrar en el parque hay que cruzar un puente de granito que acoge 52 esculturas en sus laterales. Una de ellas es la gran protagonista de este espacio cultural, bautizada por sus rectores como “la Monna Lisa del Vigeland”.
En realidad se titula Sinnataggen (Gruñón), y como su nombre indica en noruego, reproduce a un bebé en plena rabieta, con la boca abierta y llorando, los puños cerrados y pataleando enfurecido.
Tanto el pene como la mano izquierda de la estatua muestran un brillo especial, fruto de los frotamientos que los extranjeros realizan en la pieza al fotografiarse con ella, seguros de que eso trae buena suerte.
Los noruegos son bastante más escépticos con el niño iracundo. En la década de 1990 sufrió dos ataques: la primera vez fue arrancado de su pedestal y lanzado a un cubo de basura; la segunda, teñido completamente de pintura rosa. Parece que a una sociedad tan contenida no le van los comportamientos de un bebé consentido.
Tras el puente, los otros dos grupos escultóricos más importantes del parque son la fuente monumental (con un montón de niños colgando de árboles sin hoja, un simbolismo de la muerte y el renacimiento) y el monolito de 17 metros de alto con más de 120 figuras humanas entrelazando sus cuerpos representando el ciclo de la vida.
Gustav Vigeland invirtió más de 20 años de su vida en crear todas las esculturas que se hallan en Frongenparken. Para los oslenses es uno de los rincones más apreciados de la ciudad, al que acuden a toda prisa en cuanto un rayo de sol asoma entre las pertinaces nubes del cielo escandinavo.
Entonces se despojan de abrigos y bufandas y encienden barbacoas de bolsillo de un solo uso que venden en las tiendas cercanas para asar unas salchichas y disfrutar de un pícnic improvisado.
El parque está abierto las 24 horas del día todo el año y es de acceso gratuito. Para quien sienta aún más curiosidad por el genial escultor, pegado al lado sur del parque está el museo dedicado a su obra: Vigeland Museum. Nobels gate, 32. Abierto todo el año de martes a domingo.