Día Mundial de la Bicicleta

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Cada 19 de abril se celebra este día con la finalidad de promover el uso de este medio de transporte, llamar la atención sobre los derechos de los ciclistas y destacar sus beneficios para la salud y para la movilidad sostenible.

No cuenta con el respaldo de las Naciones Unidas, pero esto no quiere decir que no se celebre. Son muchos los Gobiernos que promocionan un día como hoy: el Día Mundial de la Bicicleta. Y se repite cada 19 de abril, un día en el que recordar a grandes ciclistas y sus bicicletas históricas, por ejemplo. Lamentablemente la jornada del 19 de abril no tiene nada que ver con Karl von Drais (1785-1851), el alemán que está detrás de la creación de la draisiana o ‘laufmaschine’ —máquina andante—, la precursora de la actual bicicleta. Este día, en el que se promociona el uso de un medio de transporte que se conoce ecológico, sostenible y además saludable, no recuerda a su ‘padre’, ni tampoco a su ‘tío’, el francés Nicéphore Niépce, responsable de acuñar el término ‘velocípedo’, la evolución de la draisiana alemana.

La idea se le ocurrió a Thomas Roberts, un profesor de la Universidad de Illinois, que empezó festejándolo en el jardín de su casa en 1985. Pero sus alumnos lo dieron a conocer localmente, más tarde lo colgaron en internet, y en 30 años la internacionalización de las comunicaciones se encargó de completar la tarea a escala global. Ahora bien, ¿por qué el 19 de abril? El profesor escogió esa fecha para conmemorar el doble viaje, ciclista y psicodélico, que había llevado a cabo 42 años antes un renombrado químico suizo.

El 19 de abril de 1943, el Dr. Albert Hofmann, que trabajaba en los laboratorios Sandoz (hoy Novartis) de Basilea con los alcaloides del cornezuelo del centeno, decidió hacer una prueba utilizándose a sí mismo como cobaya. Solo tres días antes había estado ocupado con una variante del ácido lisérgico, famosa luego como LSD, que había sintetizado años atrás, y experimentó sensaciones muy extrañas, que definió como «una intoxicación no desagradable» (seguramente le ocurrió porque había absorbido inadvertidamente una pequeñísima porción a través de la piel de los dedos). Intrigado, quiso ir más allá y decidió ingerir con un poco de agua una cantidad que le pareció minúscula de aquella sustancia, 250 microgramos (0’00025 gramos), para experimentar en persona sus efectos. A los 40 minutos anotó en su cuaderno: «Comienzan los efectos. Ligero mareo, sensación de ansiedad, alucinaciones visuales, síntomas de parálisis, deseo de reír». A partir de ahí no pudo seguir escribiendo.

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Asustado, Hofmann decidió regresar a casa en bicicleta (en plena guerra mundial, apenas había coches) y pidió al ayudante del laboratorio que lo acompañara. Días después informó a sus jefes: «Al volver en bicicleta mi estado empezó a ser peligroso. Todo lo que había en mi campo de visión se movía distorsionado, como si se reflejara en un espejo curvo. También tuve la sensación de no poder moverme, aunque mi asistente me dijo después que habíamos pedaleado a una buena velocidad. Finalmente llegamos a casa sin problemas, y solo fui capaz de decir a mi acompañante que llamara al médico y pidiera leche a los vecinos». El galeno no apreció enfermedad alguna, salvo dilatación de las pupilas, mientras la vecina que le proporcionó la leche le pareció que “ya no era la señora R., sino una bruja malévola con una máscara de colores”.

A partir de ahí, el pánico que embargaba al científico, quien llegó a pensar que estaba muriendo, fue atenuándose y «dejó paso a un sentimiento de felicidad y gratitud«. Añadió: «En ese momento comencé a disfrutar de los colores y las formas, que veía con los ojos cerrados. Surgían fantásticas imágenes caleidoscópicas muy variadas, abriéndose y cerrándose en círculos y espirales, explotando en forma de manantiales llenos de colores, recomponiéndose y mezclándose, todo en un flujo constante». Y al día siguiente: «Cuando salí al jardín, donde lucía el sol después de haber llovido, todo brillaba con una nueva luz. Parecía como si el mundo estuviese recién creado. Mis sentidos vibraban en un estado de gran sensibilidad que se prolongó todo el día».

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Sin pretenderlo, Hofmann había realizado el primer viaje con LSD y enseguida se dio cuenta de que se trataba de una sustancia extraordinaria, el alucinógeno más potente conocido. Imaginó que podría ser una droga importante en medicina psiquiátrica, sin considerar ni por un momento su potencial uso recreativo, que sería tan común en la época hippie y contracultural (“cuanto más se difundía su uso como alucinógeno, más problemático se volvía”, escribió). Pero siempre se refirió a aquella experiencia como «el día de la bicicleta«, inmortalizado después en multitud de imágenes coloristas y adoptado hoy como «Día Mundial de la Bicicleta», ciertamente a espaldas de su inspirador.

Albert Hofmann, que muy joven describió la estructura de la quitina, y tras el LSD aisló otros productos psicoactivos, ha sido considerado uno de los grandes científicos del siglo XX, con enorme trascendencia más allá de su campo de investigación. Solo entre 1943 y 1970 se publicaron más de 10.000 trabajos científicos sobre el LSD, considerado entonces el producto farmacológico más estudiado de la historia. Celebró sus 100 años de vida ensalzando al LSD como “medicina del alma” y lamentando la prohibición de su uso farmacológico. Murió en 2008, cumplidos los 102 años, muy poco después de que excepcionalmente se autorizara en distintos países el uso experimental del LSD como analgésico, antidepresivo y para otros trastornos. Al margen de ello, también los ciclistas le debemos reconocimiento.

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