Como esas personas que viven con cien gatos o tratan a su perro como a un ser humano, hay quien lleva su relación con las mascotas a extremos enfermizos.
Aquellos individuos cuyo excesivo apego a los animales les acarrea consecuencias negativas para ellas mismas o para sus seres queridos sufren un trastorno que se conoce como petofilia. Un buen ejemplo lo tenemos en el caso reciente de un vecino de Alcalá de Henares (Madrid) que ofrecía 10.000 euros a quien encontrara a su perro Lonchas, un pequeño teckel –una de las razas más de moda– que se había perdido.
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Es una muestra cada vez más frecuente de la intensa relación que llegan a tener los humanos con las mascotas. Como los miles de fotos y vídeos que inundan las redes sociales de gatitos, perros y otros seres irracionales, a veces alojados en hoteles de cinco estrellas con menús a base de caviar iraní, peluquería y spa. Hay quienes caen en la petofilia decepcionados por sus congéneres y deciden refugiarse en el amor incondicional y sin problemas que solo pueden ofrecerles sus mascotas. En otras ocasiones, el vínculo se crea por la sensación de protección que proporcionan, por ejemplo, los perros.
El periodista norteamericano Jon Katz, una de los expertos que más ha escrito sobre este comportamiento, recuerda que, como cualquier lazo sentimental, el cariño a los animales pasa a ser un problema cuando se convierte en adicción. Lo que se evalúa a la hora de distinguir una relación insana no son las conductas concretas: gastar mucho dinero, tratarlos como humanos o colmarlos de caprichos no deben considerarse síntomas preocupantes en sí. Nos hallamos ante un caso de petofilia si el afectado solo siente satisfacción cuando tiene contacto con seres irracionales y se aísla de su entorno, si limita completamente su forma de vivir o si el individuo enganchado a este vínculo anómalo quiere desligarse de él pero se siente incapaz de hacerlo.
Lo cierto es que es un trastorno que va a más, y está siendo fuertemente alimentado por algunos personajes famosos y la difusión que obtienen a través de Instagram, Facebook o Twitter. Pero tratar a un animal como si fuera una persona o un miembro humano de la familia puede llegar a rozar la paranoia. Por supuesto que no es malo ni patológico querer a un animal, cuidarlo y mimarlo, pero convertirles en personas, vestirlos como muñecas, ponerles joyas o llevarles al spa es ridículo e innecesario. Personificarlos es robarles su verdadera naturaleza y faltarles al respeto.