Los señores berrinches de mi bebé

Cuando mi bebé era chiquito no veía la hora de que pudiera expresarse; poco a poco fue ganando autonomía, empezó a gatear, balbucear y también a hacerse a entender. Luego vinieron los primeros pasos, las primeras palabras y… los primeros berrinches.

Los señores berrinches, así es, son «señores», no son berrinchitos o berrinches, son señores, y creo que no hay niño de más de 1 año que no tenga su etapa de berrinches.

Puede que sea algo más que una etapa, sobre todo porque los niños son muy inteligentes y saben cómo obtener lo que quieren, pero está en nosotros, los padres, poder manejar este tipo de situaciones para no vernos superados, y como dicen «no dar el brazo a torcer».

Creo que nunca me voy a olvidar del primer berrinche importante de Lisandro. Volvíamos del supermercado y quería ir para el lado contrario del que debíamos tomar. Yo venía toda cargada con las bolsas de las compras y me negué a hacerle caso así que se enojó: se tiró al piso, empezó a gritar y patalear, la gente pasaba y me miraba espantada, yo con cara de póker total, intentaba no darle importancia a la situación.

Pasaba y pasaba gente y me miraban esperando que hiciera algo. Casi al final del berrinche, pasó un señor mayor y me dijo: «Se enojó el hombre». Mi respuesta fue: «Estamos en medio de una lucha de poder importante» y ahí, con esa respuesta, me di cuenta de que es así. Los berriches son una verdadera lucha de poder y somos los padres los que debemos tener el «poder», no hay que dejarse llevar y dejar que ellos hagan lo que quieran con tal de que no hagan un «escándalo» en la calle.

Seguro que todas aquellas personas que pasaron ese día y me miraron espantadas porque dejé llorar a un niño chiquitito en la vereda no tienen idea de lo que es un berrinche, no tienen hijos o nunca estuvieron en contacto con niños pequeños.

Desde ese día me di cuenta que lo mejor es respirar, poner la mente en blanco, hacer un «ommmm» interno y esperar a que solito se le pase ese momento de irritabilidad, enojo o como se le quiera decir. Los berrinches son más suceptibles de aparecer en lugares públicos, lo cual expone aún más nuestras emociones. Pero nosotros somos adultos: sabemos y debemos controlarnos. Ellos, no, así que hay que enseñarles que no siempre van a tener todo lo que quieran, que hay que ser pacientes y controlarse, que con gritos, llantos y pataleos las cosas no se obtienen.

Otra cosa que he aprendido con el tiempo, y luego de varios berrinches, es que nada se gana con enojarse. Cuando nosotros también tenemos un «berrinche» todo se torna aún peor… La energía se vuelve negativa y la verdad es que los más pequeños son muy suceptibles, así que ellos se enojan aún más y todo se va tornando en un espiral casi interminable, el cual seguramente termine con un niño muy cansado y un importante dolor de cabeza para nosotros. Así que lo mejor es respirar, hacer «ommmm» y esperar que la tormenta pase, porque como dicen «siempre que llovió, paró» y la verdad es que no hay berrinche que dure para simpre.

Si sirve de consuelo, te cuento el final del primer señor berrince de Lisandro: luego de que comenzó a calmarse solito, se incorporó, le pregunté si ya había pasado, si ya podíamos irnos a casa, me tomó de la mano y como si nada comenzamos a caminar, a conversar, él en su idioma, obviamente, y a reir, como si nada.