Crean muñeca sexual con inteligencia artificial

El mercado de las muñecas eróticas de tamaño y aspecto humanos tiene cierto recorrido en países como Estados Unidos y un notable éxito comercial en algunos países asiáticos como Japón. En Europa, esta industria es aún incipiente: hace apenas unas semanas abrió en Barcelona el primer “prostíbulo” de estas muñecas en el viejo continente, y terminó cerrando.
 
Sin embargo, el experto en nanotecnología catalán Sergio Santos lleva varios años trabajando en una idea con la que busca aplicar sus vastos conocimientos científicos a un producto que dé respuesta a una de las necesidades primarias de los seres humanos: el afecto. Este proyecto ya es un prototipo y se llama Samantha. Pesa unos 40 kilos, tiene los ojos verdes, una larga cabellera de color castaño y unas medidas de 90-55-90.

Samantha es suave al tacto y en el trato. Está hecha de TPE puro (elastómero termoplástico, un material relativamente nuevo en el mercado) e incorpora un microprocesador en la cabeza que funciona mediante un “algoritmo potentísimo” creado por Santos. Este sistema le permite interactuar con las personas en distintos modos: desde familiar –haciendo compañía en el sofá mientras se ve una película, por ejemplo– hasta sexual, lo que incluye la capacidad de la muñeca de “llegar al orgasmo”, asegura este científico de 38 años, “siempre que su acompañante sea capaz de estimularla” convenientemente.

Cómo un experto en el manejo de instrumentos de ciencia avanzada como el microscopio de fuerza atómica acaba trabajando en un proyecto de esta índole es algo inusual y difícil de entender. Al menos para el entorno de Santos. La mayor parte de sus colegas de la comunidad científica con los que compartió sus planes no comprenden ni aceptan el paso que está a punto de dar. Pero él lo tiene claro. Está decidido a dejar un trabajo espléndidamente remunerado en uno de los Emiratos para emprender su empresa de venta de muñecas inteligentes de compañía por Internet.

“Estoy muy cansado de intentar explicar lo que hago y que nadie lo entienda o que me digan que no sirve para nada –dice–. Ahora mis colegas científicos replican que este proyecto no tiene ningún impacto científico, pero yo pienso todo lo contrario: Samantha es muy fácil de explicar y todo el mundo entiende a la primera para qué sirve. Al fin y al cabo, el objetivo de la tecnología es que se entienda para poder darle una aplicación concreta y así poder venderla”.