Muchos toman la juventud como el momento de la vida dedicado a los estudios, el trabajo, viajar y disfrutar de la vida antes de las obligaciones de la madurez y la famila. Luego de todo esto, recién cercanos a cumplir los 30 años (o más), comienzan a planificar la familia, los hijos, la estabilidad de un concubinato.
Sin embargo, no todos piensan igual, y hay a quienes el amor les tocó la puerta de jóvenes, y decidieron apostar a su futuro juntos desde temprana edad. En un tiempo donde el divorcio corre a la par que los matrimonios, nos preguntamos: ¿Es mejor casarse jóvenes? ¿O esperar que la madurez haga primero de lo suyo?
Apostar a una familia joven
Algunos optan por llegar al matrimonio ya con su carrera profesional encaminada, y con una estabilidad laboral. Sin embargo, otras parejas deciden comenzar su vida juntos siendo muy jóvenes, quizá anteponiendo el amor a los logros personales, o postergarlos para transitarlos de la mano de su pareja.
¿Cuál de las opciones es mejor? Claro que la respuesta depende desde el punto de vista de cada uno. Algunos psicólogos creen que los matrimonios pasados los treinta tienen mala influencia sobre la salud de sus parejas, y de sus futuros hijos también.
Algunos especialistas están convencidos de que cuando una familia se inicia a una edad joven, digamos entre los 18 o 25 años, esto tiene mucha influencia sobre la salud psicológica de la pareja. El matrimonio precoz ayuda a mejorar la relación entre padres e hijos, quizá por la estrecha brecha generacional.
Los niños de estas familias forman correctamente las normas de comportamiento, y están más protegidos contra la depresión, además de, supuestamente, poseer una mayor inteligencia.
La vida le enseña a las parejas que deciden casarse jóvenes a ser independientes y mejorar su sentido de responsabilidad. Además, por la edad, parecen también estar más preparados para soportar más y mejor el estrés emocional.