Dijo San Agustín que «la medida del amor es amar sin medida». No existen límites ni imposibles. Un japonés cultivó un inmenso jardín de flores para que su esposa invidente pudiese olerlas.
Concretamente Shintomi, en la prefectura de Miyazaki (Japón), allí es donde viven el señor y la señora Kuroki, dos granjeros de avanzada edad, rodeados de un océano de flores rosas que atrae a más de 7.000 visitantes cada año. No es un espacio público, sino el jardín de su domicilio particular. Una preciosa alfombra que el señor Kuroki decidió elaborar cuando la ceguera, además de robar la vista a su esposa, le dejó también sin sonrisa.
La historia comienza en 1956, cuando la pareja recién casada decidió trasladarse a ese hogar. Tuvieron dos hijos y vivieron felices durante varios años, hasta que la salud de la señora Kuroki se deterioró. Unos problemas de vista derivados de su diabetes se agravaron hasta dejarla completamente ciega. Fue un durísimo golpe para toda la familia.
La mujer, deprimida, se volvió huraña y se recluyó en el interior de su casa, negándose a salir más allá de lo estrictamente necesario. El señor Kuroki no podía soportar ver el sufrimiento de su amada y comenzó a cavilar, buscando maneras de animarla. Fue así como apareció en su mente uno de los regalos que todo enamorado ha hecho alguna vez: flores.
Kuroki empezó a plantar semillas de ‘shibazakura’, una especie marcadamente aromática. Pronto comprobó que el olor de las flores atraía a su esposa hacia el exterior y se afanó en su tarea: no paró de trabajar durante dos años, hasta cubrir totalmente de rosa su jardín. Y así es como ha logrado sacar de la depresión y del encierro al amor de su vida, que como demuestra el video vuelve a sonreír a diario.