Luana toma su vestido verde de satén con una mano y comienza a girar mientras una hebra de hilo flota a su alrededor.
La niña tiene ocho años, larga cabellera enrulada, anillos dorados y un amuleto con una princesa que cuelga de su cuello.
«Me encanta cuando mi pelo hace así», expresó la niña, sacudiendo la cabeza y agitando su cabello. «Y me encantan los vestidos».
Luana tuvo que luchar mucho para ser mujer. Nació varón y todo el mundo le decía que eso es lo que era. En el 2013, sin embargo, pasó a ser la persona más joven que aprovecha una progresista ley argentina que permite a la gente decir con qué género se identifica con fines legales.
La muchacha pasó a ser símbolo internacional de los progresos de la comunidad transgénero, al tiempo que desató un debate en este país católico y conservador, la tierra del papa Francisco, sobre cuál es la mejor forma de criar a un niño/a que se identifica con el otro género.
Ese debate, cada vez más común en todo el mundo, suena distante en la modesta casa de cemento de dos habitaciones de la familia de Luana en Merlo, localidad a 43 kilómetros (23 millas) al oeste de Buenos Aires.
«Yo siempre fui nena», dijo Luana, con una sonrisa idéntica a la de su hermano mellizo Elías, un niño de esos a los que le gustan los autitos a control remoto. Él asiente.
«Si le das a Luana todos mis juguetes, no cambiaría nada», expresó Elías. «Todavía no sería un nene».