Hoy en día Los smartphones se han convertido en nuestros compañeros inseparables. El 71% de los españoles se lleva el teléfono al cuarto de baño, el 37% le echa un vistazo nada más levantarse, el 65% regresaría a casa a buscarlo si se le ha olvidado por cierto, el miedo irracional a salir de casa sin el móvil tiene nombre: nomofobia y una de cada tres personas mira su móvil más de cien veces al día.
Son datos, recogidos en diferentes encuestas, que reflejan claramente la relación de la mujer y el hombre modernos con los smartphones en esta era de internet. De hecho, según un estudio reciente llevado a cabo por el Centro de Investigaciones Pew un think tank con sede en Washington D. C, casi el 50% de los adultos aseguran no poder vivir sin sus teléfonos.
Que la adicción de la sociedad a las tecnologías, y en concreto al teléfono móvil, ha aumentado en los últimos años resulta evidente. Por ello, investigadores de la universidad estadounidense de Arizona han considerado importante plantearse cómo afectan los smartphones a nuestras relaciones, y, al parecer, la atracción que sentimos por ellos, así como el impacto que están teniendo en nuestras relaciones interpersonales, podría ser el resultado de nuestra historia evolutiva.
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En un artículo que verá próximamente la luz en la revista Perspectives on Psychological Science, David Sbarra, profesor de Psicología de la Universidad de Arizona, y compañeros suyos de la Universidad Estatal Wayne, de Detroit, realizan un examen de los estudios que se han llevado a cabo hasta ahora acerca de la tecnoferencia, término creado por el investigador Brandon McDaniel hace unos años mientras estudiaba la intromisión de los teléfonos inteligentes y otras tecnologías en nuestras interacciones sociales cara a cara.
Sbarra y sus compañeros sugieren que los humanos nos sentimos tan atraídos por nuestros smartphones, hasta el punto de aislarnos de las personas más cercanas tanto familia y amigos como la propia pareja, por nuestra historia evolutiva.
Según explica en nota de prensa la Universidad de Arizona, estos investigadores argumentan que los humanos estamos programados para conectarnos a los demás, y que siempre nos habíamos apoyado en relaciones cercanas, en la creación de pequeñas redes familiares y de amigos con el objetivo final de sobrevivir como individuos y también como especie.
Dichas relaciones se basaron en la confianza de los unos en los otros y en la cooperación, que surgen cuando las personas comparten información personal sobre sí mismas y son sensibles y responden a los demás.
Al conectarnos, nos aislamos
Los smartphones, que nos permiten un acceso constante a mensajes de texto y a las redes sociales, provocan que sea más fácil que nunca que revelemos información personal y respondamos a otras personas. La diferencia, respecto a nuestros antepasados, reside en que ahora las redes son mucho más grandes es decir, están compuestas por un mayor número de personas y que estas además pueden encontrarse mucho más lejos, físicamente, de nosotros.
La evolución, según destaca Sbarra, se basó en la apertura de uno mismo frente a los demás y en la capacidad de respuesta en el contexto de redes pequeñas de personas cercanas, y ahora vemos que estos comportamientos se reproducen más o menos de forma constante en las redes sociales y a través de nuestros teléfonos.
Aunque ahora nuestros límites se han expandido mucho. “No busques más allá de la próxima persona a la que veas haciendo scroll en Facebook y dándole al botón de ‘like’ mientras su hijo está intentando contarle una historia”, destaca.
En su artículo, Sbarra y sus compañeros sugieren que precisamente puede existir un desajuste evolutivo entre los teléfonos inteligentes y los comportamientos sociales que ayudan a formar y mantener relaciones sociales cercanas. "Los smartphones crean nuevos contextos para revelar información sobre quiénes somos y para responder a los demás, y estas conexiones virtuales pueden tener efectos indeseados en nuestras relaciones normales", dice Sbarra.
Cuando te distraes con el dispositivo, según explica, tu atención se divide, pero responder a los interlocutores que tenemos cara a cara, que es un ingrediente esencial para construir intimidad, precisa de nuestra atención en el aquí y el ahora.