Cuando el visor de la cámara está en el modo «visión nocturna«, aparece un mundo escondido en la oscuridad de la noche, invisible a simple vista. Es una visión verdosa que puede resultar de ensueño… o de pesadilla.
Puede consistir en cientos de personas amontonadas en una precaria embarcación de madera que se bambolea mientras avanza hacia el norte.
Son las cinco de la mañana y estoy en uno de dos botes inflables que acaban de partir de un barco de rescate, el Astral. Nos encontramos a 21 kilómetros (13 millas) al norte de la localidad libia de Sabratha y es hora de rescatar a los ocupantes de la embarcación de madera.
Primero, los rescatistas de Proactiva Open Arms deben distribuir chalecos salvadidas a todos los ocupantes de la embarcación y empezar a evacuar a mujeres y niños. La organización de Barcelona comenzó a rescatar migrantes frente a las costas de Grecia el año pasado y ha salvado decenas de miles de vida desde entonces.
No es una tarea fácil. No se puede rescatar a la gente del sector de la «clase económica» sin evacuar primero a los que están en la cubierta.
Al principio nadie atiende las instrucciones de los rescatistas. Todos quieren ser el primero en abandonar el barco y subirse a los botes.
Se produce un caos y cientos de personas salen a la cubierta. Algunos tratan de poner orden pegando cinturonazos a la gente y ordenándoles que permanezcan sentados.
El personal de rescate y miembros de la Armada italiana comienzan a evacuar a las mujeres con bebés a un lado de la embarcación. La gente se corre hacia ese lado y la nave se inclina peligrosamente.
Pienso en mis dos pequeños hijos y observo asustado que muchos de los chicos no tienen chalecos salvavidas. ¿Qué pasa si se caen al agua? ¿O si el barco se voltea completamente?
Una hora después, apenas asomaba el sol, la cubierta estaba repleta de gente, con personas que habían subido desde la zona de cargas. El barco se veía cada vez más inestable y los rescatistas apresuraron la evacuación de mujeres y niños al Astral, que se encontraba a varios cientos de metros.
Los botes de rescate se llenan de mujeres que aferran a sus bebés. Muchas lucen felices, lloran y hacen gestos de gratitud mirando al cielo.
En la cubierta ya no cabe un alma y veo cómo algunos de los que subieron de la zona de cargas se abren camino para llegar a los costados y se tiran al mar.
Con la cámara distingo a entre 10 y 15 hombres que nadan hacia los botes de rescate o hacia nosotros.
El caos se desarrolla sobre un área muy grande y, mientras decido hacia dónde apunto la cámara, siento que es inminente una tragedia. El barco empieza a agitarse de babor a estribor y da la sensación de que en cualquier momento se va a volcar. Algunos hombres son arrojados al mar y otros se tiran voluntariamente.
Quienes no tienen chalecos salvavidas se aferran al barco, tratando desesperadamente de no ser arrojados al mar, al tiempo que esperan la llegada de más rescatistas.
El personal de rescate le grita a la gente que no se tire al mar. Hay suficiente gente para ayudar a los que están nadando hacia nosotros. Pero si siguen saltando, van a perder el control de la situación. Tengo la sensación de que en cualquier momento voy a tener que dejar la cámara y ayudar a sacar gente del agua.
Después de unos diez minutos, se restablece el orden y el personal de rescate logra evacuar a las 700 personas del barco.
Pronto la cubierta del Astral está llena de mujeres y niños. Los menores parecen confundidos. Hay dos mellizos nacidos hace apenas cinco días en Libia, hacia donde había huido su madre desde Eritrea. Las mujeres parecen agotadas, pero muchas sonríen. Después de todo, sobrevivieron a la parte final, y la más peligrosa, de su viaje a Europa.