Una asistencia «unida en la pena y el horror» dio el último adiós este martes en la catedral de Ruán al sacerdote católico asesinado hace una semana por yihadistas en su iglesia del noroeste de Francia, entre fuertes medidas de seguridad.
El arzobispo de Ruán, monseñor Dominique Lebrun, agradeció la presencia de representantes de las confesiones protestante, judía y musulmana entre los dos millares de personas que asistieron al acto. El ministro de Interior y de Cultos, Bernard Cazeneuve, acudió en representación del gobierno.
El féretro, transportado por cuatro personas, fue ingresado al templo precedido y seguido por una procesión de prelados ataviados en blanco y violeta, colores del duelo.
En su homilía, monseñor Lebrun se dirigió a quienes se ven tentados por la Yihad. «Vosotros, a los que la violencia diabólica atormenta, vosotros, a los que la locura asesina lleva a matar (…) rogad a Dios que os libere del demonio. Nosotros rezamos por vosotros, rogamos a Jesús que sane a quienes están bajo el poder del mal», afirmó.
«Estamos heridos, aterrados, pero no acabados», añadió el arzobispo dirigiéndose a la comunidad católica.
Un punto de vista compartido por los fieles. «Un sacerdote fue asesinado por terroristas, hay que estar presentes para decir no», subrayó Jean-François, un militar jubilado de 72 años que prefirió no dar su apellido.
En el exterior de la catedral gótica, pese a la lluvia, numerosas personas siguieron la ceremonia a través de una pantalla gigante.
Rechazo a las amalgamas
El padre Jacques Hamel, de 85 años y conocido localmente por su implicación personal en el diálogo interreligioso, fue degollado mientras celebraba una misa matinal para cinco feligreses.
Esta muerte cargada de simbolismo, ejecutada a sangre fría por dos franceses de 19 años en nombre de Estado Islámico (EI), ha conmocionado a los cristianos en Francia, pero también al resto de la población.
Varios musulmanes estaban también presentes: «He venido para mostrar mi solidaridad con la comunidad cristiana. Es un deber. Estamos aquí por la buena convivencia», subrayó Hassan Houays, profesor de matemáticas Saint-Etienne-du-Rouvray, la localidad cercana a Ruán donde tuvo lugar el atentado.
Su iglesia de Saint-Etienne-du-Rouvray, donde había oficiado cerca de medio siglo y escenario del sórdido asesinato, permanecerá cerrada varias semanas, según la diócesis, hasta que un «rito penitencial de reparación» permita la reapertura y reanudación del culto después de la profanación.
Este funeral se celebra dos días después de que centenares de musulmanes acudieran a las iglesias de Francia para rezar con católicos en las misas dominicales, en señal de «solidaridad» y «esperanza». El propio papa Francisco reaccionó después del atentado y rechazó la amalgama entre Islam y violencia.
El atentado, el último de una larga serie que enluta a Francia desde hace año y medio, fue cometido doce días después de la matanza de Niza (sureste, 84 muertos) perpetrado por un yihadista al volante de un camión después de los tradicionales fuegos artificiales del 14 de julio.
El padre Hamel, oriundo del norte de Francia, no será inhumado en Ruán sino en la más estricta intimidad familiar y en un lugar no precisado, según sus allegados.
Los dos responsables del ataque, Adel Kermiche y Abdel Malik Petitjean, que vivían a 700 km de distancia y se conocieron sólo unos días antes a través de un servicio de mensajería instantánea, fueron abatidos por la policía minutos después de la toma de rehenes en la iglesia.
Los representantes de la comunidad musulmana de Saint-Etienne-du-Rouvray, donde vivía Adel Kermiche, se han negado a organizar el entierro del joven.