Por primera vez en más de dos años, Awash al-Abud observó con una valiente sonrisa su pueblo en el norte de Siria y explotó de alegría al retirarse el velo negro impuesto por el grupo Estado Islámico.
La anciana forma parte de los cientos de habitantes que pudieron volver esta semana a sus pueblos donde los yihadistas fueron expulsados por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que avanzan con fuerza hacia Manbij, ciudad en manos del EI.
«Durante dos años y medio he tenido el sentimiento de vivir entre los muertos por el terror que nos impuso el EI. Hoy empezamos una nueva vida. Estamos muy orgullosos de habernos deshecho de Daesh», acrónimo árabe del EI, dijo a la AFP.
Con un vestido violeta y un fular negro atado de forma tradicional, esta mujer de más de 60 años rodeada por sus cinco nietos dice estar en las nubes después de haber vuelto a Jirde, localidad agrícola situada entre Manbij y el río Éufrates, que tuvo que abandonar unos días tras la ofensiva de las FDS contra el EI.
‘Estar a salvo es suficiente’
Un periodista de la AFP viajó a varios pueblos donde las FDS, reforzadas por ataques aéreos de la coalición encabezada por Estados Unidos, expulsaron al EI.
En estas localidades, los combatientes árabes de las FDS pasearon con los habitantes entre los edificios, algunos dañados por los ataques aéreos de la coalición estadounidense o por los coches bomba del EI.
Abu Qulqul, el pueblo de Abu Mohammad, fue el más afectado por los combates.
«Nos decían que los que quisieran vivir debían unirse a sus filas, pero yo me negué. Preferí morir de hambre antes que unirme y oprimir a mis hermanos», explicó.
Su mujer, que llevaba un pañuelo en la cabeza y un bebé en la espalda, agarró su brazo y empezó a aullar como signo de alegría y celebración. «Estar a salvo es suficiente», dijo.
En Qana al-Tahtani, un pueblo al este de Manbij que también fue dominado por los yihadistas, el arquitecto Jalaf al-Mussa aseguró que el EI impuso un sistema de multas y castigos.
«No podíamos doblarnos los bajos de los pantalones mientras trabajábamos en el campo y si nos pillaban nos multaban con 1.000 dólares sirios (1,75 euros y 2 dólares estadounidenses)», declaró.
«Si alguien intentaba criticar su comportamiento, podían coserle la boca, cortarle la cabeza y colgarla delante de todo el mundo», añadió Mussa.
‘Quemaron nuestros libros’
Existía un terrible clima de sospecha en la localidad. Los habitantes estaban tan aterrorizados ante la posibilidad de que sus amigos o familia los denunciasen al EI que «no podías confiar en tu hermano, tu padre o tu vecino del miedo que tenías», explicó Mussa.
En muchos pueblos y ciudades, el EI tomó el poder de las instituciones públicas para dar la imagen de que los yihadistas ofrecían servicios y luchaban contra la corrupción.
Pero ese no fue el caso en Qana al-Tahtani. «Les pedíamos que nos facilitaran electricidad y ellos nos respondían ‘¿El profeta Mahoma tuvo electricidad?», informó Mussa.
«Y yo me preguntaba a mí mismo: ¿El profeta Mahoma poseía todas estas armas para aterrorizar a la población?».
Rada al-Sayyad, de 18 años, contó que dejó de ir al colegio cuando los yihadistas se apoderaron de su pueblo Tal Aras, al este de Manbij.
«Quemaron todos nuestros libros y nos prohibieron estudiar. Nos forzaron a tomar clases de religión en las que nos enseñaban que los kurdos, los profesores y otros miembros de la escuela eran infieles», dijo.
En las zonas bajo el control de los yihadistas, el EI impuso su propio sistema educativo basado en el conocimiento de la religión y en un entrenamiento militar.
Pero hoy, Rada al-sayyad está aliviado. «Las cosas marchan más o menos bien. Pronto podremos volver a la escuela y retomar la vida que teníamos antes de la llegada del EI».