Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, casi medio millón de estadounidenses son adictos a la heroína, una droga (como el opio y la morfina) que proviene de la resina de la planta de la amapola. Este opio se refina hasta convertirse en morfina, luego se refina aún más convirtiéndola en diferentes formas de heroína.
La heroína es una parte central de la epidemia de opiáceos que azota a los Estados Unidos. Comenzó silenciosamente, con recetas médicas de oxicodona, hidrocodona o fentanilo escritas de buena fe contra el dolor. Pero todo se desbordó.
Y ahora, en medio de la crisis, muchos Estados han cambiado sus normas para limitar la circulación de estas sustancias que causan 19.000 muertes por sobredosis accidentales al año. El narcotráfico lo convirtió en una oportunidad de negocios: aumentó la venta de heroína.
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Según cifras oficiales, en 2010 había 2,4 millones de adictos a los opiáceos recetados. Pero los expertos lo consideran una estimación baja. Desde que en 1996 comenzó la venta masiva de oxicodona, los adictos aumentaron más del 225% en ocho años. De 76 millones de recetas en 1991 se pasó a 219 millones en 2011, de las cuales se estima que el 60% es para abuso.
Muchos adictos a la heroína buscan dejar este mortal hábito, pero corren un alto riesgo de recaer por el resto de sus vidas, especialmente en respuesta al estrés o los desafíos diarios de la vida.
Cuando un adicto o consumidor se inyecta o toma por otra vía heroína, en un primer momento, denominado "luna de miel", la persona experimenta una sensación de placer intensa, y a los pocos segundos de ese éxtasis, se pasa a un estado en el que hay una mezcla de sedación total con euforia.
Luego de los efectos iniciales, el consumidor se encuentra en una etapa somnolienta o adormilada, y sus funciones mentales, como describen algunos científicos, se nublan. De igual forma, la función cardíaca se vuelve más lenta y se reduce el ritmo de respiración. Esto en algunos casos pone en riesgo la vida de la persona, lo que puede llevar a un estado de coma o daño cerebral permanente.
"Hoy vemos una epidemia de heroína increíblemente penosa y extendida", dijo a Bloomberg Daniel Ciccarone, un médico de la Universidad de California en San Francisco que estudia el mercado de la heroína. "No estamos ni siquiera cerca de la cumbre de esto. La heroína tiene una fuerza de vida propia".
Desorden vs. enfermedad
De acuerdo con el National Institute on Drug Abuse de los Estados Unidos, la heroína se adhiere a ciertos receptores del cerebro —conocidos como receptores opioides mu (ROM)—, los cual activa. Cuando se consume la droga, los ROM se activan y liberan dopamina, lo que hace que el adicto desee consumir otra vez.
La heroína una vez ingresada al cerebro se convierte en morfina y se adhiere a los receptores opioides. La euforia del consumidor depende de cuánta droga consumió y con qué rapidez ingresa al cerebro. Los efectos casi siempre vienen acompañados de un enrojecimiento cálido de la piel, sensación de pesadez en la extremidades y sequedad bucal. De igual forma, son comunes los vómitos, las náuseas y la picazón intensa.
"La estructura física y fisiológica del cerebro se modifica en el adicto, lo que crea desequilibrios en los sistemas neuronales y hormonales. También afecta la materia blanca en el cerebro, lo que deteriora la capacidad para regular el comportamiento y las respuestas generadas en momentos de tensión o estrés. De igual forma, afecta la habilidad para tomar decisiones", según el National Institute on Drug Abuse.