¿El deseo es algo inherente al individuo o a la especie? Aunque creamos lo contrario, el deseo es esencial para la supervivencia de la especie. Alimentarnos y reproducirnos son las dos funciones básicas que aseguran que los genes heredados de nuestros ancestros pasen a las siguientes generaciones y así perviva “la especie”.
En esta lógica evolutiva, el individuo debe tener cierto interés en desarrollar estas dos funciones que garanticen la continuidad de la especie. “Alguien” diseñó una estrategia y un algoritmo.
Así se asegura que la unidad cuerpo-mente persevere en el empeño.
Entendiendo el deseo, en 3 pasos.
Este sistema de búsqueda y obtención de la recompensa se compone de dos subunidades que pueden separarse o acoplarse: el deseo y disfrute.
En general, deseamos lo que nos hace sentir bien y nos mostramos indiferentes ante lo que no nos beneficia.
1. Aprendizaje
La “primera vez” que probamos o experimentamos algo placentero, ese helado de chocolate, ese encuentro sexual… disparamos dopamina con tal intensidad que ya no habrá que repetir la experiencia para liberarla de nuevo; bastará el olor, la visión, incluso la percepción a través de la lectura, para liberar… más dopamina.
La dopamina es el principal neurotransmisor que utilizan las áreas cerebrales que despiertan y sostienen el deseo: el núcleo accumbens, el área tegmental ventral, el área ventral del globo pálido y la ínsula. Cuanta más dopamina generamos, mayor motivación para alcanzar nuestro objetivo; por el contrario, si los niveles de dopamina son bajos o muy bajos, tendremos poca o casi ninguna motivación para movernos hacia él. Es así como aprendemos y anticipamos. Ya no se necesitará la realidad o presencia del elemento activador del placer. Bastará su recuerdo.
2. Anticipación
Después, basta el olor o la visión del chocolate o de la persona que queremos (amamos) para que se dispare la cascada de más neurotransmisores que irán despertando conexiones entre las neuronas post-sinápticas próximas. Encefalinas y endorfinas, péptidos opioides endógenos, potentes analgésicos que usan los mismos receptores celulares que la morfina.
Así regulamos el dolor. Con un “trabajo sabio”, aprendido a base de prueba y error, del sistema dopaminérgico lograremos casi todo lo que queramos en un sentido o en el contrario.
Habremos aprendido a anticipar, se habrá creado un ciclo de retroalimentación del placer positivo experimentado del tipo “hasta el infinito y más allá”. Ya no hay más reglas. Solo cada individuo le pondrá un límite. Hablaremos de “estar enganchados”, de “vicio” y de “fuerza de voluntad”, pero nuestras reglas son nuestras y las habremos puesto cada uno.
3. ¿Satisfechos?
La visión del helado de chocolate te produce una respuesta de “deseo apetecible” si estás en ayunas, pero nada deseable si lo ves tras un atracón de fondants. Una vez “saciados”, lo deseable ya no es apetecible y puede ignorarse e, incluso, aborrecerse.
Alguien, en el cerebro, se encarga de avisar con una señal de “saciedad” que debe llegar a tiempo al “músculo” para que cese la acción. A veces, un desajuste en este mecanismo causa problemas; ingerimos más de la cuenta si la señal no llega en el instante oportuno.
No hablamos solo de comer; este sistema “vale para todo”. Al bajar la glucosa por presencia de un estímulo, se disparará selectivamente el sistema de búsqueda de la recompensa y el cuerpo se encargará de salir a por alimento, un paseo en bici, sexo… Obtenida la recompensa y consumada la experiencia placentera, recuperamos la homeostasis, la estabilidad del sistema, que queda listo para un nuevo disparo cuando haga falta.