Portan cientos de especies de microorganismos patógenos muy perjudiciales para la salud. Y las de ciudad son las peores.
A Salvador Dalí le fascinaban las “moscas limpias” –así las llamaba– que volaban entre los olivos de Port Lligat, el pequeño pueblo costero catalán donde vivió muchos años. Tanto que, cuando pintaba, se ponía miel en las comisuras de los labios para que estos insectos voladores acudieran a posarse sobre él. Las diferenciaba de las “moscas sucias” de ciudad, repugnantes a su juicio.
Algo de razón tenía el artista en su odio visceral a las moscas urbanas. Un trabajo publicado en la revista Scientific Reports revela que moscas y moscardones transportan en sus cuerpos centenares de especies de microorganismos patógenos potencialmente peligrosos para la salud. Y añade que los ejemplares que viven en las ciudades son más ricos en este equipaje nocivo que los del campo o los establos de las granjas.
Un equipo internacional de investigadores ha estudiado los microbiomas de 116 moscas y moscardones de tres continentes y entornos variados, y ha comprobado que en muchos de ellos viven centenares de especies de microorganismos causantes de enfermedades, entre ellos Helicobacter pylori, una bacteria que puede causar úlceras e incluso cáncer de estómago. Los científicos piensan que este microorganismo se transmite a través del agua y los alimentos contaminados, pero hasta ahora no se había documentado que las moscas actuaran como un vector del peligroso patógeno.
Se sabe desde hace tiempo que estos insectos favorecen la propagación de infecciones, pero el trabajo publicado en Scientific Reports profundiza en la forma en que ocurre el proceso. Por ejemplo, el uso de microscopios electrónicos de barrido ha descubierto que las patas son la parte de su cuerpo que transfiere la mayor parte de los microbios de unas superficies a otras. Las alas son otro apéndice que presenta una gran diversidad microbiana. Las moscas actúan como lanzaderas de patógenos, a los que llevan de un sitio a otro sin cobrarles el billete.
Estos insectos voladores pertenecientes al orden de los dípteros son los primeros en llegar a los cadáveres, la materia orgánica en descomposición y las heces, donde se alimentan y ponen sus huevos. Es allí donde adquieren la mayor parte de los microorganismos que luego transportan por el aire para depositarlos en huéspedes como humanos, animales y plantas.
Moscas y moscardones, dada su ubicuidad y su facilidad de movimiento, juegan un importante papel en la dispersión de microbios patógenos por entornos urbanos y naturales. Donald Bryant, de la Universidad Penn State (Estados Unidos) y director de esta investigación, considera que “las moscas pueden ayudar a la transmisión rápida de patógenos durante los brotes infecciosos”, y piensa que las autoridades sanitarias deberían contemplar esta posibilidad.
Pero no todo es malo en estos insectos. Los investigadores creen que podemos utilizarlos en nuestro provecho. Si se sueltan en algún lugar, se alimentan de la carroña de la zona y adquieren una muestra completa de los microorganismos de esta. Capturarlos y analizarlos después serviría para detectar la presencia de patógenos locales que podrían desencadenar enfermedades, y para controlarlos antes de que se extendieran.