Esta vitamina ejerce cuatro acciones fundamentales en la piel: antioxidante, antinflamatoria, regeneradora e hidratante. Por ejemplo, es imprescindible para la formación de nuevo colágeno, ya que transforma diversas proteínas del cuerpo en componentes esenciales para producir esta sustancia. Por eso, es excelente para combatir la flacidez tanto cuando se aplica de forma endovenosa, por la dieta y en aplicaciones tópicas mediante cremas o serums. Es también gracias a estas propiedades que ejerce una función esencial para evitar el acné y mejorar las cicatrices.
Otra de sus cualidades es su acción sobre los melanocitos, lo que ayuda a disminuir las manchas existentes, prevenir la formación de nuevas manchas y dar un tono más uniforme al cutis. Adicionalmente, mejora la microcirculación cutánea y la resistencia de los vasos sanguíneos, aportando luminosidad a la piel, ya que al potenciar el intercambio de nutrientes celulares promueve una acción revitalizante, así lo informa el portal web La Prensa Gráfica.
Su gran poder antioxidante le permite atrapar los radicales libres del cuerpo y eliminarlos, con lo cual logramos detener los efectos devastadores de estas moléculas dañinas y la oxidación de la piel. Asimismo potencia la acción de la vitamina E, disminuyendo la formación de lipoperoxidos, que pueden producir el envejecimiento prematuro de las células cutáneas y condiciones como el cáncer.
Recordemos que no todas las vitaminas C son iguales cuando se trata de cremas o serums para el rostro. Al utilizar un producto con vitamina C para el rostro, es importante que contenga concentraciones superiores al 10 % y en su forma de ácido ascórbico para que sea dermatológicamente eficaz. Debe aplicarse directamente sobre la piel, nunca encima del maquillaje o de protectores solares, ya que en esos casos su absorción quedaría limitada.