"Me asusté mucho porque mi hija no paraba de gritar desesperada. Trataba de tranquilizarla pero estaba desencajada y no dejaba de patalear. Después, cuando finalmente se calmó, se volvió a dormir de lo más bien. Y a la mañana siguiente, al preguntarle por lo que había pasado, me miraba sin entender a lo que me refería", relato Natalia Colucci al instituto sincronia sobre el episodio que vivió, pocas pero intensas noches, con su hija Micaela, de dos años y medio. Como muchas otras madres que transitan por la misma experiencia, decidió consultar inmediatamente al pediatra y el diagnóstico fue tan extraño como tranquilizador: terror nocturno.
Se trata de un trastorno de sueño que se produce en las primeras horas de la noche y que generalmente se manifiesta en niños y menos frecuentemente en adultos. Según estadísticas de la Sociedad Argentina de Pediatría, lo sufren el 13% de los infantes, suelen durar pocos minutos y no se recuerdan al día siguiente, lo cual no deja de preocupar a los padres.
"Se llaman 'terrores nocturnos' porque de pronto, en pleno sueño profundo (etapa 3-4 del sueño No REM), el niño se sienta bruscamente en la cama, con los ojos abiertos, blanco como un papel, sudoroso, con taquicardia, pupilas dilatadas, piel de gallina, jadeando y la mayoría de las veces se acompaña de gritos desgarradores, todo esto ocurre en un niño 'profundamente dormido' que parece estar despierto", detalló a Infobae la doctora Mirta Ana Averbuch (MN 52.610), directora del Instituto SOMNOS medicina del sueño y jefa de la Unidad de Medicina del Sueño del Hospital Universitario Fundacion Favaloro.
Estos episodios pueden ser fácilmente confundibles con el sonambulismo. En este último quien lo transita, puede pararse, correr, hablar y hasta incluso conducir un vehículo o activar aparatos electrónicos y enviar un WhatsApp, cosa que no ocurre durante el transcurso de los terrores nocturnos. Esta manifestaciones nocturnas solo se vinculan en que la persona se encuentra atrapada en un mismo estado del cual no recuerda nada al otro día.
"En ambas situaciones, las personas quedan atrapadas en un estado disociado: por un lado una mente dormida con pensamientos que ignoramos y por el otro un cuerpo hiperactivo ejecutando frenéticamente conductas motoras que no sabemos qué objetivo tienen", subrayó la especialista.
A pesar del gran susto que puede llegar a provocar el episodio, los especialistas afirman que el niño no tiene conciencia de lo que sucede durante el proceso. En una clásica pesadillas, la cual se da en la fase REM, generalmente es posible sentir el miedo, recordarlo y comprender que se trató de una mala experiencia nocturna. Por el contrario, el terror nocturno es diferente, ya que los pacientes no recuerdan nada de lo sucedido.
Pese a que se trata de un trastorno, no genera consecuencias ni para la salud física ni mental de los más pequeños, en la mayoría de los casos no requiere tratamiento, solo existen pequeños accionares para minimizar su frecuencia como por ejemplo asegurarse un buen descanso – de entre 8 a 9 horas – y minimizar situaciones de ansiedad que puedan acrecentarlos. La doctora Averbuch explicó que, tal como en el casos de sonambulismo, no hay que despertarlos ni tampoco es necesario consolarlos o tratar de tranquilizarlos ya que estas manifestaciones, no pueden interrumpirse por la voluntad ni por estímulos externos.
"En casos más severos donde los episodios se repiten 3, 4 o hasta 6 veces por semana, se recomienda analizar mediante un estudio del sueño nocturno llamado polisomnografia. Esto es para estar seguros de que se trata de una parasomnia, y no de otro problema neurológico como un posible cuadro de epilepsia", aseguró a Infobae la doctora.
Un estudio publicado en la revista Sleep de Oxford vinculó eventos de complicaciones respiratorias y presión esofárica con la aparición de los terrores nocturnos. El análisis se realizó en pacientes adultos, lo que podría dar un indicio de que ciertas manifestaciones de salud en la niñez, pueden prolongar en el tiempo este extraño trastorno nocturno.