La foto del Cristo crucificado, calcinado pero firme se regó como pólvora en cuestión de minutos. Así terminaba una imagen que había llegado en 1638, el mismo año que Galileo Galilei publicaba “Dos nuevas ciencias”, libro que marca el inicio de la ciencia moderna.
El hecho, aún confuso hasta ese momento, lastimó la fibra creyente del país. No es para menos, la Catedral profanada y la Sangre de Cristo ardiendo en llamas. No hace falta ser creyente para dimensionar lo grave de la situación. Más allá de la ofensa para la fe católica, una imagen con tanto tiempo de existencia tiene un altísimo valor artístico.
El hecho, -insisto- confuso, detonó una serie de acusaciones que daban la impresión de estar reviviendo los difíciles meses de 2018.
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Según testigos, una explosión -provocada por un encapuchado- sacudió la capilla en donde se encontraba la imagen, versión que fue tomada por la mayoría de medios de comunicación. La Vicepresidenta, en sus habituales alocuciones de medio día, insinuó la posibilidad de que la causa estuviera en las candelas que usualmente acompañan estas imágenes.
El Cardenal Leopoldo replicó indicando que no existían candelas, pero fotografías del mismo lugar -en otros años- refutaba esta réplica el prelado.
Hasta ese momento, con base en la información que circulaba, no había certeza de qué había pasado realmente.
Sin embargo, en nuevo episodio digno de estudio, sectores políticos se lanzaron a señalar al gobierno como perpetrador de los hechos. Es la política de los prejuicios. No había pruebas, pero tampoco dudas que el adversario político, en este caso el Frente, había causado el incendio; aunque cualquier análisis de costo/beneficio arrojara lo ilógico de la acusación.
¿En qué cabeza cabe que el Frente se vea en la necesidad de cometer semejante acto?, tomando en cuenta, además, que el objetivo expreso que ha demostrado desde los sucesos de abril es el de recuperar la normalidad y la senda de desarrollo que se vio truncada.
¿Qué sentido práctico tiene iniciar una escalada de confrontaciones con la Iglesia Católica? Ninguno. No es lógico. Además, nunca ha sido política del Frente atacar la fe religiosa, lo que no quita que existan conflictos con la jerarquía católica.
Los escrúpulos y la responsabilidad de Estado, no obstante, no parecen estar en el conjunto de virtudes opositoras. Son capaces, no solo de politizar un hecho como este, sino de manipular la interpretación en aras de desencadenar una respuesta violenta de la población. No hace falta la recolección de pruebas, ni siquiera un juicio, pues el veredicto lo tienen de antemano.
Dudo que una actitud como esta pueda ser tachada de democrática. Y una respuesta tan coordinada y enjuiciante, abre puertas a la suspicacia… ¿no serán quienes pretenden obtener réditos de esta situación los causantes de la misma?
Habrá que esperar. Lo cierto es que parecemos estar viviendo una película repetitiva: sucede algo, culpan al Frente, se aclara la situación, pero algunos seguirán firmes en su interpretación inicial. Aburre. Cansa. Pero el silencio o la desidia no son la solución. Sí lo es una actitud madura y racional generalizada en toda la sociedad. Mientras eso no ocurra seguiremos dando vueltas en el mismo punto, sin lograr trascender.