Si se preguntara a un ciudadano de cualquier país por su nacionalidad, simplemente le respondería: peruano, argentino, brasileño, colombiano, o lo que fuera. Si esa interrogante se la formulara a un compatriota de Rubén Darío, le diría con mucha fuerza: “Nicaragüense, por gracia de Dios”.
Esta expresión revela el profundo sentimiento religioso que embarga al nicaragüense común y corriente. Se trata de una fe arraigada en el ánima de los nacidos en la tierra de Sandino, y que se enlaza con el fervoroso patriotismo que lo llevó en su momento a echar a pedradas al pirata Walker y luego a los marines yanquis, que invadieran su suelo en 1926¸ conscientes que -como lo diera el que encabezara esa lucha- “la soberanía de un Estado, no se discute; se defiende con las armas en la mano”.
Todo esto viene a colación habida cuenta de la ominosa campaña de prensa desatada en las últimas semanas contra el gobierno de Managua y que alude a una supuesta, e inexistente, “persecución religiosa”. Lo que se busca, es usar la fe de “los nicas” para echar agua al molino de “la contra”.
El tema, no es nuevo. Desde los años 80 del siglo pasado, cuando los Sandinistas llegaron al Poder por primera vez luego de una lucha heroica y esforzada contra la dictadura de Somoza; las fuerzas reaccionarias se parapetaron tras la investidura cardenalicia de Monseñor Obando, para disparar desde el púlpito fuego contra Daniel Ortega y su gobierno.
Claro que en ese entonces, la Jerarquía Eclesiástica no llegó a jugar un papel decisivo. La batuta estaba en otras manos: La Casa Blanca. Por lo demás, el propio Obispo de Managua no se sentía particularmente cómodo en el rol subsidiario que le fuera asignado.
Quizá por eso, después cambió de rumbo; y en el 2007, luego de 17 años de administraciones neoliberales que lo desencantaron, el clérigo se puso del lado del gobierno Sandinista.
Los años pasaron, sin embargo, y la iglesia cambió de personeros. En lugar de Obando apareció en esa función Monseñor Báez, que tuvo papel protagónico en la defensa de los grupos conservadores.
Este asumió un rol beligerante y destacado en los luctuosos sucesos ocurridos entre abril y julio del 2018. Allí, la “contra”, amamantada por Washington, quiso dar al traste con el régimen sandinista y retrotraer la historia.
Como se evidenció en esa circunstancia, bajo la orientación de Báez, el núcleo duro de la Iglesia jugó un comportamiento sedicioso. El Obispo Orlando Matta -el Monseñor Cipriani de Managua- atacó procazmente al Presidente Ortega, y hubo sacerdotes que participaron en acciones violentas: celebraron oficios con mensajes incendiarios, protegieron a delincuentes, guardaron armas en las iglesias y hasta intervinieron en tareas francamente subversivas.
Nadie olvida que el “último baluarte” de la reacción fue -julio del 2018- la Iglesia de la Plaza de la Magdalena, en cuya torre se instalaron 4 francotiradores que hicieron resistencia armada. Allí, los últimos 250 activistas de “la contra” y el Párroco, se batieron 8 horas hasta que fueron derrotados. Los dirigentes de la acción –incluido el cura- huyeron a Costa Rica en busca de “Asilo”
Cuando se restauró el orden en todo el país, la Jerarquía eclesiástica pretendió continuar su labor sediciosa. Y lo hubiese hecho de no mediar la intervención del Papa Francisco que consciente de la situación, retiró de Managua a Monseñor Báez y lo recluyó en el Vaticano. Ahora, esa Jerarquía ha vuelto a las andadas.
Y es Monseñor Rolando Álvarez, el que ha asumido el protagonismo. Desde la Iglesia de Matagalpa, usando los recursos propios y hasta emisoras de radio; ha buscado reeditar el abril del 2018 cuando murieron alrededor de 350 personas, el 70% de los cuales fueron sandinistas. A tal intento, buscaron sumarse ONGs financiadas por USAID, que perdieron su personería por no cumplir la ley.
Ni el Gobierno ni el pueblo creyente de Nicaragua, están dispuestos a tolerar la reedición de las acciones sediciosas del pasado, ni la violencia que paralizó al país. Se tomaron por eso medidas de protección y defensa.
El Obispo de Matagalpa fue trasladado a Managua, donde se halla recluido en “prisión domiciliaria”, asistido por su familia y allegados. La ultra derecha, puso el grito en el cielo. Y en nuestro país hubo quienes se sumaron a ella, sin saber cómo ni cuándo.
El Papa, sin embargo, no les hizo caso. Conocedor de los antecedentes y seguidor acucioso de los sucesos de hoy, llamó a la Jerarquía Eclesiástica a no usar el nombre de Dios para promover el odio y la violencia. Y propuso a la Iglesia recurrir al diálogo y no a la confrontación, para superar la crisis.
En otras palabras, se impuso lo que en su momento dijera otro sacerdote ilustre, el Obispo Pedro Casaldáliga: “Nicaragua fue una frontera histórica, ensayó una revolución original, autóctona, latinoamericana: sandinista, en este caso concreto, Una revolución antiimperialista y popular. Al servicio del pueblo en las transformaciones radicales que una revolución popular exige: tierra para los campesinos, cultura, alfabetización para todos, salud, alimento, arrumbamiento de privilegios de la burguesía y la oligarquía”.
Estados Unidos, por su parte, “condenas enérgicamente a violación a los derechos humanos en Nicaragua”, donde no ha muerto nadie. Y calla ante lo que pasa en USA donde cada semana matan a un negro o un latino a patadas; o asesinan niños de Arkansas, Oklahoma o Nueva York.
En esa lucha se encuentra hoy el pueblo de Darío. Los nicaragüenses se siguen sintiendo depositarios de la gracia de Dios y su fe se mantiene intacta, pero no respaldan a los Obispos sediciosos. Y es que, como ocurriera antes con Sandino; ahora, en Nicaragua, la victoria será siempre la bandera de su pueblo.