La realidad de la migración: Trump y las deportaciones en un mundo dividido

Foto: La realidad de la migración: Trump y las deportaciones en un mundo dividido/Cortesía
Foto: La realidad de la migración: Trump y las deportaciones en un mundo dividido/Cortesía

Las políticas de deportación impulsadas por la administración de Donald Trump han generado un debate profundo sobre la brutalidad y las contradicciones inherentes al trato de los migrantes. Al reflejar una ideología de «excepcionalismo estadounidense», estas deportaciones no solo despojan a millones de inmigrantes de sus derechos básicos, sino que también subrayan el conflicto entre el capitalismo global y los derechos humanos.

Mientras Estados Unidos se beneficia de la mano de obra inmigrante, especialmente de aquellos sin documentos, el gobierno Trump ha utilizado su poder para reforzar la xenofobia, justificando la exclusión como una herramienta para alcanzar la prosperidad económica de pocos. Esta política no solo agrava la crisis de los migrantes, sino que también revela un sistema en el que la riqueza y el bienestar se ven concentrados, mientras los más vulnerables son despojados de sus oportunidades.

Artículo íntegro: 

Los deportados de Trump

Por: Fabrizio Casari

Las imágenes difundidas por los canales de la Casa Blanca, que muestran a migrantes esposados siendo deportados de Estados Unidos a bordo de un avión militar, tienen un valor icónico. Reflejan no solo la institucionalización de la brutalidad estadounidense y la falta de decencia, sino también diversos elementos propios de la doctrina Trump sobre el mundo.

En primer lugar, se percibe una creencia de fondo: el concepto de libertad de movimiento es aplicable a los capitales, pero no a las personas. En segundo lugar, emerge la idea de la prerrogativa general del excepcionalismo estadounidense, que permite a Estados Unidos invadir otros países en nombre de su seguridad nacional en busca del máximo beneficio, pero que considera un crimen que otros crucen sus fronteras para escapar del hambre. En resumen, la edad de oro para Estados Unidos coincide con la de hierro y plomo para los demás, como siempre ha sido.

En la última década, los migrantes han pasado de representar el 0,7% al 2,7% de la población mundial. En Estados Unidos, los inmigrantes recientes son aproximadamente 43 millones (4 millones de origen chino), lo que equivale al 13% de la población, cifra que asciende al 26% si se incluyen los hijos nacidos en suelo estadounidense. La agricultura, la construcción y el diverso sector de servicios dependen en gran medida de inmigrantes recientes, muchos de los cuales carecen de documentos (casi 12 millones de personas, principalmente de México y Centroamérica).

Además, hay otra categoría de migrantes: los climáticos. La temperatura promedio en América Central ha aumentado 0,5 grados centígrados desde 1950 y se espera que aumente entre 1 y 2 grados más para 2050. Esto impulsa aún más la migración debido a las sequías e inundaciones que dificultan la agricultura. La salida de Trump de los Acuerdos de París sobre el clima y de la OMS explica cómo la Casa Blanca invierte las causas con los efectos, así aumentando las migraciones en lugar de contenerlas.

Los trabajadores inmigrantes, tanto legales como “ilegales”, contribuyen con un 11% a la economía de Estados Unidos y pagan anualmente 11,6 mil millones de dólares en impuestos estatales y locales, además de sostener el sistema de Seguridad Social, aunque tienen pocas o ninguna posibilidad de beneficiarse de él. Convertir en un problema de seguridad solucionable con deportaciones, lo que claramente es uno de los mayores recursos económicos de Estados Unidos, es un enfoque profundamente estúpido y autolesivo. Es fácil prever que la reducción de los servicios que ofrecen los inmigrantes generará un aumento de costos, por lo tanto de inflación y una contracción de las actividades laborales, perjudicando la economía.

Un aspecto político clave ha influido en la emigración desde Centroamérica hacia Estados Unidos. El predecesor de Trump, el criminal de guerra Ronald Reagan, jugó un papel crucial en transformar un éxodo migratorio fisiológico en un fenómeno de masas, apoyando a regímenes dictatoriales aliados de Estados Unidos involucrados en el narcotráfico y guerras sucias contra civiles. La «doctrina Reagan» respaldó en los años ochenta a los regímenes genocidas de Guatemala, Honduras y El Salvador como bastiones contra movimientos revolucionarios, siendo Nicaragua sandinista el principal objetivo. Estas guerras causaron cientos de miles de muertos perpetradas por ejércitos y escuadrones de la muerte, y condenó a la mayoría de las poblaciones a una vida de exclusión social, ignorancia, desempleo, pobreza y violencia, lo que ha generado un éxodo masivo hacia Estados Unidos.

La paradoja y el atractivo del sueño americano

Hay además un aspecto que tiene que ver con la atracción del «sueño americano», alimentada por la manipulación de la realidad. Se presenta a Estados Unidos como un «paraíso», que para los migrantes es un verdadero infierno. Sin embargo, lo más emblemático es que la mayoría de los latinos residentes en Estados Unidos votaron por Donald Trump. Esto se explica, en parte, por la competencia en un mercado laboral limitado con una fuerza de trabajo disponible y desesperada, lo que generó un voto conservador para proteger lo poco que se tiene.

Se advirtió el riesgo de que un nuevo aumento del número de brazos disponibles pudiera alterar a peor un mercado laboral ya de por sí complejo y lleno de incógnitas; esto empujó a votar por la consolidación de lo poco que se creía tener en lugar de una racionalidad que veía en el crecimiento demográfico de los latinos un elemento de capacidad electoral para ejercer una fuerte presión sobre el poder político.

Se podría decir que es un suicidio consciente, pero lo cierto es que el apoyo electoral de los excluidos a Trump es el resultado de una ideología del mercado y de la afirmación del individuo que ahora prevalece sobre las razones de solidaridad y unidad de clase, etnia y capacidad productiva capaces de representar el progresar colectivo. Los latinos han elegido la inclusión que han logrado y para defenderla han querido impedir que los aún excluidos alteren el panorama oferciendo una adhesión, consciente o no, al racismo propio de la identidad nacionalista imperial.

Se pueden, de toda manera, tener varias opiniones al respecto, pero lo cierto es que sin el voto de latinos y afrodescendientes, que paradójicamente son el objetivos del odio supremacista que sostiene el bloque electoral republicano, Trump no hubiera ganado o, de toda manera, su victoria habría sido mucho más limitada, lo que permitiría hoy un mayor equilibrio de poderes útil para detener su políticas peores.

El miedo prevalece sobre la esperanza y también trae consigo los límites de las políticas sociales de los respectivos países desde los que la migración económica es mayor. Y sólo apostando por la cooperación y la integración latinoamericana, por recetas sociales inclusivas y por la independencia política de EEUU, el subcontinente podrá encontrar una respuesta unitaria, la única arma adecuada para hacer frente a la guerra contra la pobreza. Sólo con el fin de la estructura de dependencia económica, política y cultural, América

Latina encontrará el lugar que le corresponde en la geografía mundial.

Excluir para ganar, el verbo del neo imperador

Como un emperador rabioso que abre cada frase con una promesa y la termina con una amenaza, Trump utiliza las imágenes de inocentes encadenados no sólo como demostración de su mando absoluto que se demuestra con la rápida sucesión entre las palabras y los hechos, sino que también capta la esencia misma de su proyecto de la «edad de oro», la de reajustar el déficit presupuestario mediante la eliminación concreta y física de lo que considera los «restos» del sistema.

Hay, en efecto, en las deportaciones de emigrantes, un valor estético y sustantivo del poder que Trump encarna. Es la idea de que el crecimiento de la riqueza es independiente del crecimiento del trabajo, y que efectivamente, en una combinación de xenofobia e ideología del capitalismo sin capital, en la generación de riqueza a través del movimiento especulativo del capital y en la carrera por dominar los recursos necesarios para el desarrollo de la tecnología, se afirma el renacer de un capitalismo enfermo con la máxima concentración de riqueza para el menor de los hombres y se atisba la victoria definitiva del capital sobre el trabajo.

Trump utiliza las imágenes de migrantes encadenados no solo como prueba de la rápida ejecución de sus políticas, sino como un reflejo de su «proyecto de edad de oro»: reducir el déficit presupuestario mediante la eliminación física de lo que considera «excedentes» del sistema. Las deportaciones simbolizan una combinación de xenofobia e ideología capitalista, buscando maximizar la riqueza concentrada en manos de pocos a costa de todos.

Trump envía un mensaje al mundo utilizando la infamia de las deportaciones como herramienta de política presupuestaria, recortando fondos de programas sociales para compensar la reducción de impuestos a las empresas. Esto representa una transferencia obscena de recursos del sector público al privado y reafirma el principio fundacional del capitalismo: un mundo concebido para pocos, pero pagado por todos.