Por: Fabrizio Casari
El conflicto en Ucrania ha tenido importantes repercusiones en Europa. La UE es ciertamente más débil hoy que en febrero de 2022. La crisis es económica, política y de identidad y se da por un fundamentalismo atlantista desprovisto de razón que ha aniquilado el perfil del Viejo Continente. La UE se ha vuelto “daño colateral” en el conflicto entre Rusia y Ucrania, ahogando el sueño europeísta concebido desde su nacimiento.
El conflicto ucraniano la ha visto abdicar a su papel de garante de los Acuerdos de Minsk: Europa ha brillado por su fundamentalismo ideológico, desempolvando de los archivos de los años 30 y 40 el arsenal retórico de la rusofobia. Ha proporcionado a la camarilla de Kiev las claves de su política con respecto a Rusia, a pesar de que el gobierno de Zelensky es un régimen con tintes neonazis, corrupto y despótico, fundado en la represión de la disidencia y de la información, en el apartheid cultural y lingüístico interno; violador de los Acuerdos de Minsk de los que la UE fue garante, autor de una auténtica carnicería de nueve años contra la población del Donbass. Y cuando se escuchan las palabras de la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, llamando a atacar a la población civil rusa y a levantar un muro para los inmigrantes en la frontera con Rusia, se advierte el malo, olor del nazismo, ya abundantemente presente en Polonia.
El golpe más duro para Europa ha sido la ruptura de las relaciones comerciales con Rusia. Entregarse de pies y manos a un mercado internacional de materias primas cuya volatilidad de precios y suministro ha sido y es el elemento más peligroso para la estabilidad energética europea. Pensar en eliminar la dependencia del gas ruso, asumiendo una dependencia aún mayor con países extremadamente susceptibles a las presiones políticas y a la especulación del mercado, es la más desacertada de las maniobras.
Además, la renuncia a los hidrocarburos rusos corta de raíz la posibilidad de una recuperación económica pospandémica. El cese de las compras de gas y petróleo a Moscú implica un aumento de más del 500% del gasto energético, que pesa sobre las arcas de la UE y que, durante al menos un lustro; será a la vez el motivo de una depreciación progresiva del Euro y el mayor impedimento para el desarrollo y la reducción de la pobreza a escala continental; que afecta al 22% de la población.
Las repercusiones en la política exterior también son evidentes: la UE, con la ruptura con Moscú, ha optado por renunciar a su influencia política, comercial y de seguridad en la esfera euroasiática, por reducir su entendimiento con China y por limitar su capacidad de influencia en los países del norte de África.
Este último rasgo, también estratégico, se refiere a las hipótesis de un ejército europeo, que se suponía que representaba la política exterior y los intereses estratégicos de la UE. Pues bien, las hipótesis al respecto se han hundido
definitivamente con la crisis ucraniana; con la entrega de la representación política y del aparato de guerra a la OTAN se da el funeral de la Europa militar.
En este último aspecto hay dos convicciones equivocadas: una es creer que Estados Unidos puedan derrotar Rusia y China, reduciéndola a potencias regionales incapaces de contrarrestar el dominio global de Washington. La otra, igualmente errónea, ve en el poderío militar de Estados Unidos el paraguas protector de todo Occidente.
No sirven ni la primera, ni la segunda; en su historia Estados Unidos ha perdido todas las guerras en las cuales se han metido y han decidido qué hacer y cuándo hacerlo única y exclusivamente en función de sus intereses particulares y no de los de todo Occidente. El último ejemplo es la huida de Kabul sin ni siquiera avisar a los mandos militares europeos.
De último, los desacuerdos en el seno de la UE han puesto en entredicho una de las cuestiones fundamentales de los mecanismos de decisión de Bruselas: el voto por unanimidad necesario para la adopción de medidas. Es cierto, este es el elemento simbólico de la unidad del continente, pero la mística atlantista prevé reglas de geometría variable: cuando son convenientes se respetan, cuando no lo son se ignoran, cuando corren el riesgo de producir una derrota, se cambian.
Eutanasia de una apuesta histórica
En términos más generales, proviene de la total dependencia política de la voluntad de Washington el papel de cobeligerancia militar que la UE decidió darse en el conflicto de Ucrania, que ha alcanzado niveles de sumisión jamás vistos ante.
Washington logró que Europa rompiera las relaciones con Rusia, ha condenado la UE a la dependencia de Estados Unidos en el ámbito de la energía; ha sumido a la economía europea en una profunda crisis, debilitando así a un importante competidor en los mercados; ha recuperado la brecha entre el dólar y el euro; ha profundizado las diferencias y el choque con Pekín.
En fin, ha construido las condiciones para que Bruselas entre en la fortaleza asediada de Occidente, obligándola a abrazar la causa del unilateralismo estadounidense que, dicho sea de paso, no defiende en absoluto los intereses europeos.
Visto desde Bruselas, el panorama se ha convertido en un boceto angustioso: el mercado más rico del mundo se ha vuelto un protectorado. A la definición histórica que veía a Europa como un gigante económico, un enano político y un gusano militar, se ha añadido la de una identidad nada. El suicidio estratégico está consumado, los colonizadores de ayer son los colonizados de hoy.