Stephen Sefton, 2 de enero 2023
La guerra comunicacional ha sido un fenómeno constante en la historia humana desde los tiempos antiguos y es lógico que se intensifica en momentos de extrema crisis y conflicto como estamos experimentando en este momento histórico. Las y los revolucionarios de América Latina y el Caribe siempre han sido conscientes del importe agresivo de la propaganda imperialista. Por ejemplo, Simón Bolívar en su Discurso de Angostura comentó: “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.
En relación al legado de José Martí, el compañero Adalberto Santana ha notado que “uno de los enormes aportes de José Martí, fue el retomar el ideario de esos próceres y él logró insertarlo en su obra escrita, poniendo en ella los elementos centrales del significado de aquellos héroes. Podemos reconocer que el ideario martiano siguen estando presentes con su ideario en el curso de la historia contemporánea latinoamericana.” De Bolívar a Martí a Darío y Sandino hasta Fidel y Chávez, todas y todos los próceres de la lucha por la emancipación e independencia de América Latina y el Caribe entendían la importancia de lo que el Comandante Fidel llamó “la Batalla de las Ideas” que es el aspecto fundamental de la guerra comunicacional. Quizás es simbólico que nuestro General Sandino se casó con Blanca Stella Arauz Pineda, una telegrafista.
- Te puede interesar: América Latina en un mundo multipolar clase, cordura y realismo
De todas maneras, nuestro querido hermano Aldo Díaz Lacayo (qepd) notaba como Nicaragua siempre se encuentra “frente a la permanente agresión imperial contra la identidad nacional y regional. Contra la historia y la cultura, los dos pilares de la identidad popular… agresión cotidiana, silenciosa, subliminal…” Y el escritor revolucionario argentino Rodolfo Walsh notó como esta expoliación de la historia de los pueblos opera a nivel nacional, “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.”
Nuestro hermano Aldo abogó por una historia crítica capaz de rescatar los acontecimientos históricos olvidados, distorsionados, marginados o ninguneados para poder integrar una historia con verdadero poder explicativo e ilustrativo al servicio de los pueblos y no de las élites. Es cierto que los acontecimientos, y las evidencias que los sustentan, son determinados y que nuestro saber con respecto a ellos puede ser incompleto. Pero se puede lograr una valoración justa de los hechos por medio de plantear las preguntas relevantes y apropiadas capaces de generar respuestas que trazan fielmente los procesos de los cuales los hechos forman parte. La historia crítica genuina genera hipótesis y argumentos sinceros que, en caso de ser equivocados, pueden ser corregidos por nuevas evidencias. Quizás por ese motivo Aldo título uno de sus obras “Sincerar la Historia”.
Apreciar la importancia de este tema nos permite entender por qué, especialmente en las últimas tres décadas, se ha visto de manera cada vez más clara lo poco que le importan a las fuentes de información occidentales, de todo tipo, los principios fundamentales de la evidencia histórica, el reportaje periodístico. Lo mismo aplica a los sistemas de justicia occidentales en relación a las pruebas jurídicas como demuestra el caso de Julian Assange. En efecto, la mayor parte de la producción intelectual en Norte América y Europa y sus sucursales en América Latina y el Caribe ha abandonado categóricamente la Batalla de las Ideas. Se ha trasladado la guerra comunicacional a un vasto teatro del engaño refinado y de brutal censura. Ya no se trata del tipo de argumentación intelectual que se usaba durante la Guerra Fría.
Desde la disolución de la Unión Soviética en 1991 entre las funciones principales de los monopolios capitalistas de la información ha sido la industrialización por medio de la tecnología digital a nivel global del engaño y la mentira. Desde el inicio de Siglo 21, el proceso se ha acelerado, impulsado por la más estrecha colaboración fascista de las élites corporativas occidentales con los servicios de inteligencia estatales de sus países, tanto en el ámbito de la política doméstica como en la política externa. El caso de Twitter es solamente el más reciente entre varios otros ejemplos. Después de la segunda guerra contra Irak en 2003, las poblaciones occidentales han aceptado todas las criminales agresiones de sus gobiernos contra el mundo mayoritario. En sus propios países han cedido importantes derechos sociales y económicos, ganados a duras penas durante siglos, en beneficio de las grandes corporaciones transnacionales que ni impuestos pagan.
Frente a esta realidad las y los trabajadores intelectuales revolucionarios en los medios escritos y audio-visuales, pueden tomar fuerza e inspiración de la robusta visión crítica y cultural planteado por Aldo Díaz Lacayo. Nuestros medios sandinistas comparten la práctica de otros importantes medios antiimperialistas como Telesur, Prensa Latina, RT, HispanTV, Sputnik y Press Tv entre otros medios. No inventamos. Buscamos la realidad para presentarlo de una manera sincera que permite la comparación entre lo que reportamos y la realidad. La práctica occidental es lo contrario. Inventan falsos reportajes y luego intentan impedir la comparación de sus falsedades con la realidad. Omiten contexto y hechos cruciales, suprimen inconvenientes testimonios de primera mano y censuran versiones de fuentes fiables que contradicen sus inventos.
Se vio esto con toda claridad en la cobertura en el extranjero del fallido intento de golpe en 2018 aquí en Nicaragua, de los guarimbas en Venezuela, de la violenta agresión de la extrema derecha en Bolivia en 2019 y el fallido intento de iniciar una revolución de color en Cuba el año pasado. De igual manera se ha constatado una tras otra falsedad en la cobertura occidental de la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania. En efecto. esta guerra comunicacional es otro teatro de la guerra de clases, como lo apreciaron en sus diferente maneras Rodolfo Walsh y Aldo Díaz Lacayo, en que está en juego no solamente el control de las narrativas contemporáneas y de la historia misma sino de su posible abolición que es lo que quiere decir el notorio lema “el fin de la historia” que fue tan de moda al fin de la Guerra Fría. Precisamente ese es el propósito de la corrupción por los medios occidentales y otras fuentes de información, por ejemplo la industria de los derechos humanos, de la práctica de reportaje de buena fe, tanto a nivel nacional como a nivel internacional.
Desde hace mucho tiempo, la función de las fuentes de información occidentales no ha sido de reportar los acontecimientos de buena fe, sino, como comentó recientemente el ayatolá Seyed Ali Jamenei de Irán, de controlar las mentes y los cerebros por medio de inducir falsas creencias y falsas memorias. Esencialmente, la razón de ser de las fuentes de información occidentales es la represión anti-democrática del derecho de las personas a una información sincera y confiable. En cambio, los medios antiimperialistas, los medios revolucionarios, defendemos el principio democrático fundamental del respeto del derecho de las personas a una información abierta y confiable la cual se puede corroborar con otras fuentes y comparar con su propia experiencia de la realidad.
Vale la pena notar este contraste entre la práctica comunicacional represiva que prevalece en Norte América y Europa ahora y la naturaleza franca y sincera de nuestros medios revolucionarios en los diferentes ámbitos comunicacionales. Es un aspecto más de los procesos en marcha hacia un mundo multipolar en que se respetan las culturas y los sistemas de gobierno de cada país. De la misma manera que las repetidas revelaciones de mala fe de parte de las y los dirigentes de Estados Unidos y sus países aliados han destruido la credibilidad de sus gobiernos, nadie puede confiar en las fuentes de información occidentales que esconden la verdad y suprimen a los medios que lo revelan. Sincerar el reportaje en todas sus formas es sincerar la historia que es una tarea de suma importancia en defensa de nuestros pueblos y la lucha por su emancipación definitiva en el nuevo mundo por venir.