EE.UU., la caída de los dioses
Por Fabrizio Casari
La economía estadounidense busca una salida a una situación progresivamente asfixiante. La aprobación de la Inflation Reduction Act, una megamedida de 400.000 millones de dólares que se financiará con deuda pública, indica la intención de Estados Unidos de volver a las ayudas estatales a sus empresas y, en perspectiva, de reconvertir la histeria mercantilista vigente desde 1989 en proteccionismo.
La competencia con China, Europa e India, la reducción de su influencia en los mercados asiáticos y africanos, también se ve agravada por el crecimiento exponencial de países más pequeños, que, sin embargo, en algunos de los sectores estratégicos, consiguen ganar cuotas de mercado cada día más significativas. Además, la influencia cada vez mayor de los países BRICS, que juntos producen el 42% del PIB mundial, y el papel de las diversas organizaciones regionales como la OCS, enfrentan a Estados Unidos a la evidencia de un declive prospectivo difícil de detener, a menos que quieran desencadenar acontecimientos planetarios de una magnitud aterradora para favorecer un restablecimiento general del dominio estadounidense sobre todo el planeta.
La Ley de Reducción de la Inflación se hace pasar por un apoyo a la reconversión ecológica industrial, pero en realidad descarga sobre el resto del mundo la necesidad estadounidense de poder vencer a China en el mercado de productos acabados. El intento de cambiar el sentido de la marcha obedece a la necesidad de volver al ciclo de producción y exportación estadounidense para restablecer – por las buenas o por las malas – la supremacía de las mercancías estadounidenses en los mercados. Se podría decir que es un ajuste de tiro, pero la impresión es que representa un verdadero giro de 180 grados en la doctrina económica monetarista, que podría revisar progresivamente su mística para reconsiderar el crecimiento de la producción industrial como el volante por excelencia del PIB.
Que la Casa Blanca tenga que chocar con el Congreso para aprobar la ley es posible, dado que endeudar más el país necesita ser autorizado por los congresistas y senadores, pero encontrarán un entendimiento; al fin y al cabo, el propio Trump había mostrado sensibilidades y planteamientos parcialmente similares. El choque, si acaso, debería ser con Europa, segundo competidor de EEUU en los mercados y que ya sufre directa e indirectamente las sanciones estadounidenses a sus productos. Los europeos, en efecto, serán los más perjudicados por esta revolución copernicana de corte proteccionista, ya que muchas empresas internacionales volverían a producir en Estados Unidos, aprovechando los incentivos, la protección y las subvenciones estatales, y la energía barata.
A pesar que esto podría ser motivo de un fuerte contraste ante la OMC, la subordinación europea a EE.UU. evitará que surjan disputas. Sin embargo, la reindustrialización de Estados Unidos parece pasar por el sacrificio de los vasallos europeos que, aparte de algunas protestas tardías e irrelevantes, asisten pasivamente no sólo a su propia desertización manufacturera, sino también a una incesante salida de capitales que ha ido a mitigar puntualmente – en casi 2 billones de dólares en sólo ocho meses – la posición financiera neta de Estados Unidos. En septiembre, Isabella Rosenberg, de Goldman Sachs, advirtió de que Europa llevaba 24 semanas perdiendo continuamente capital de inversión, gran parte del cual se había redirigido al «refugio seguro» estadounidense, que veía así reducidos sus pasivos exteriores.
Previsible dado el contexto de una guerra en suelo europeo. La instauración de un clima financiero desfavorable en el teatro de operaciones europeo a raíz del conflicto ruso-ucraniano, que Estados Unidos fomentó y ahora apoya con todos los medios a su alcance, ha estimulado de hecho la salida de liquidez del «viejo continente».
La reacción europea prevería medidas ad hoc frente a Estados Unidos, pero, según las palabras de la Sra. Ursula von der Leyen en Davos, se resolvería en una inyección igualmente fuerte de ayudas públicas a la producción ecológica, lo que desembocaría en un enfrentamiento por las mejores empresas y tecnologías. La receta de la Presidenta de la Comisión Europea (que nunca olvida que es alemana y aspirar a la cancillería como próximo destino) es que cada país haga lo suyo. Pero esto, aunque no perjudica especialmente a EE.UU., se convierte en un grave asunto de conflicto interno dentro de la propia UE, ya que las posibilidades financieras de los 27 (muy diferentes entre sí) darían lugar a enormes diferencias tanto individuales como regionales.
Aunque a primera vista parecería lógico que Alemania y Francia, como mayores productores, fueran los más afectados por la iniciativa estadounidense, la financiación que la UE destinaría a apoyar las economías europeas y su reconversión verde está parametrizada en función de las cuentas públicas de cada país y el estricto cumplimiento de los parámetros de Maastricht (3% de diferencial entre PIB y deuda), con esta medida los países escandinavos, Holanda y Alemania saldrían ganando, mientras que el flanco sur de la UE se quedaría con un puñado de céntimos. ¿Un ejemplo? Los fondos de excepción que cada país podía utilizar para combatir la pandemia eran 7,63 para Italia, 24,9 para Francia y 53,6 para Alemania. Esto cavaría un surco aún más profundo entre las distintas zonas de la misma Unión y, desde un punto de vista político, la confirmación de las medidas calibradas a sus respectivos presupuestos sancionaría el fin de las políticas unitarias de la UE en beneficio de Alemania y Francia. Aquí se puede contemplar en todo su colorido el cuadro del «jardín rodeado por la selva» pintado por Borrell. Fuera del jardín, Occidente está en guerra con el resto del mundo, pero dentro de Occidente es la guerra de todos contra todos.
¿Está cambiando de rumbo la economía estadounidense?
No cabe duda de que, para Estados Unidos, la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación representaría un primer y parcial cambio de rumbo de gran trascendencia política y económica. Aunque Washington nunca ha abandonado del todo la política de ayudas estatales (que en América Latina le costó el fracaso del ALCA), llegar a una ley que establece en blanco y negro una nueva forma de apoyar la economía, devolviendo al Estado al centro de los procesos económicos con la función de estimulador y regulador, constituye un auténtico cambio de rumbo.
Estados Unidos ya se ha dado cuenta de que ni los embargos ni las sanciones pueden salvar la brecha entre quienes ya no tienen y no producen los bienes que el mundo necesita y quienes sí lo tienen y lo hacen. Que una deuda internacional impagable la ha convertido en una amenaza vacía. Que los conocimientos tecnológicos con los que solía chantajear a tres cuartas partes del mundo están ahora al alcance de todos los países económicamente poderosos y, por tanto, ya no funcionan como palanca para imponer los intereses de Washington en los mercados. Hoy en día, quienes producen poseen los conocimientos y la experiencia que hacen que los procesos sean óptimos. La producción de bienes manufacturados, además, es estratégica porque cubre las necesidades internas, reduce la dependencia de los mercados exteriores y produce riqueza al exportarlos, contribuyendo así en un círculo virtuoso de producción, distribución, consumo y exportación al crecimiento económico. Pero el crecimiento económico de cualquier país, especialmente de uno importante por su extensión territorial, va acompañado del crecimiento de su influencia política de su fuerza militar, y esto es visto por EEUU como una amenaza a su dominio planetario. Con este fin, y desde luego no con los declarados, nacen las sanciones y los embargos comerciales.
Las sanciones económicas, que se utilizan como garrote sobre las cabezas de los países que compiten con Estados Unidos en los mercados, afectan a 31 países que abarcan el 72% de toda la población mundial. Sirven pero no bastan para redibujar la balanza a favor de EEUU. Se venden como medidas punitivas dirigidas a hipotéticas «deficiencias democráticas» en los modelos políticos de otros países, pero resulta que siempre van dirigidas a países con un alto grado de soberanía. Y si bien es cierto que generan dificultades a sus destinatarios, también afectan a la economía estadounidense, a la que impiden exportar a 31 países, entre ellos el más poblado del planeta.
Sin embargo, las sanciones tienen su propia lógica política, en el sentido de que imponen la extensión de la ley estadounidense a toda la comunidad internacional, reduciendo la organización internacional encargada del comercio internacional (OMC) y los organismos financieros (FMI, BM, BID y otros) a sujetos de valor puramente nominalista/simbólico, que se dan una regulación procedimental que asume la voluntad política estadounidense como ley internacional.
La financiarización total de la economía, la construcción del valor todo-teórico, basada únicamente en la bolsa y en la ingeniería financiera especulativa, ha demostrado desde 2008 ser un teorema inadecuado para hacer frente a las crisis económicas, tanto cíclicas como coyunturales. Su función es ahora solo ideológica: propone un crecimiento infinito en un mundo de recursos finitos e indica la búsqueda del máximo beneficio en un capitalismo sin capital. Estamos en la curva descendente de un sistema que cree ganar dinero con dinero, que produce riqueza virtual y pobreza de hecho, pero que cada día que pasa corre el riesgo de ser la primera víctima de esa economía de papel con la que se siente tontamente dueño del mundo.