Por Erving Vega
Hasta antes de 2018, la disposición para emigrar de los nicaragüenses proyectaba una curva en descenso continuo. Con algunos sube y baja la fluctuación va desde el pico más alto; registrado por la encuestadora M&R consultores; de 72.3% en diciembre del 2004 hasta el más bajo de 28.5% en junio de 2017.
Hasta antes de 2018, los registros de la Oficina del Censo de los EE.UU revelan que el flujo migratorio proveniente de Nicaragua era de 263 mil personas; muy por debajo de los flujos provenientes de nuestros vecinos del triángulo norte: El Salvador con 1.4 millones; Guatemala 959 mil y Honduras con 655 mil.
Cuando la política de tolerancia cero, dictada por el presidente Donald Trump; encerró en jaulas a niñas y niños mientras deportaban o enjuiciaban a sus padres, el hallazgo extraordinario es que entre esos miles de infantes no se encontró a uno solo de origen nicaragüense.
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Aún durante el 2018, después del fallido intento de golpe de estado, los nicaragüenses no salieron en desbandada. Ningún registro avala hablar en aquel momento de una oleada migratoria; a pesar de que la violencia golpista truncó la trayectoria de crecimiento económico del país y provocó la pérdida de unos 130 mil puestos de trabajo. Los que sí se multiplicaron fueron los emprendimientos. Durante los primeros 9 meses de 2019; las alcaldías y la Dirección General de Ingresos reportaron la apertura de 9,067 nuevos negocios, creando así 45,115 empleos. Un dato para erizar los pelos, de orgullo, por semejante estoicismo de nuestra gente.
Un dato obligado a tener en cuenta cuando busquemos las razones de por qué hoy tanta gente presta, empeña o vende sus cosas para emprender el viaje en busca del llamado sueño americano. Insisto, para que no los juzguemos mal; pero también para que no compremos la burda manipulación de los mismos de siempre. Los mismos que empujan y después te quedan viendo y preguntan ¿viste lo que pasó?; de los mismos que matan y van a la vela; de los que festejan como los buitres porque su alimento es lo podrido.
Leí cerca de una docena de artículos de distintos medios de oposición, algunos de ellos extranjeros; sobre la migración de nicaragüenses a Estados Unidos. El intento por responsabilizar al gobierno es una constante. A falta de hechos y datos reales el argumento político acaba en un ejercicio malabaresco bastante obvio y de nula credibilidad.
Por ejemplo, ofrecen como gran hallazgo los resultados de un sondeo de Cid Gallup mediante el cual señalan que 57 % de los nicaragüenses están dispuestos a emigrar; sobre todo a EE.UU. M&R en su encuesta de octubre de este año nos muestra que la realidad es distinta: el dato es que 29.9% manifiestan disposición a emigrar. Pero no vamos a discutir sobre por qué una es más creíble que otra. Concluiré que, de todas formas; podríamos comprarle la encuesta completa a Cid Gallup y aún así no serviría para alimentar el regocijo golpista culpando al gobierno.
Si vamos a buscar culpables, lo primero es preguntarnos quién intenta en todo momento torpedear los esfuerzos de un país entero por salir adelante. Durante el acto en saludo al 43 aniversario del Ministerio de Gobernación; el presidente Daniel Ortega fue directo al grano sobre este asunto: «Sigan poniendo sanciones e irán más inmigrantes hacia Estados Unidos; por mucho que quieran cerrar las puertas. No existen puertas que se puedan cerrar a los inmigrantes. Porque los inmigrantes son una fuerza; que tienen el derecho, tienen la moral de ir a abrir las puertas de aquel que le está negando, que le está cerrando el derecho al trabajo en sus países».
Era de esperar que miles de compatriotas hicieran maletas. Resulta lógico cuando por décadas te han vendido esa idea de paraíso y hoy anuncian puertas abiertas; mientras te agreden porque una remontada tan rápida (hemos retomado la senda del crecimiento económico); después de una intentona golpista, dos huracanes y una pandemia es muy mal ejemplo. Imaginate, podés desobedecer al gorila y aun así prosperar.
Agregaré como dato digno de exaltar, lo dicho por un migrante justo antes de emprender el viaje, a uno de esos medios que andan por allí con el odio desenfundado: “Hicimos un préstamo, empeñamos el terreno, la casa, y con eso nos vamos (…) Nunca he salido tan largo y pues (estoy) asustado, con miedo, cuenta. Su sueño es regresar con dinero para poner una panadería en Managua.”
Imagino la perplejidad del colega al descubrir en ese mar revuelto de emociones; al típico nica que no se ha ido y ya extraña a su gente y a su patria, al típico nica cuyo anhelo es tener los medios para vivir mejor, nada más. La perplejidad porque este no le sirve a su narrativa antisandinista, porque este es el típico nicaragüense que al decir hasta pronto nos deja una máxima incuestionable: definitivamente, el sueño nica no es quedar atrapado en la pesadilla americana.