Joven de ojos claros, humilde y muy amable con los campesinos, así recuerda Doña Natividad García, habitante de Pancasán, a Carlos Fonseca Amador. Ella junto a cinco mujeres más, colaboraba cocinando los alimentos para los estudiantes que estaban siendo alfabetizados por el comandante.
La ilusión de que sus hijos aprendieran a leer, motivó a cinco mujeres de la comunidad El Laberinto cerca del sitio histórico de Pancasán a colaborar para que el comandante Carlos Fonseca Amador, enseñará a 15 muchachos y muchachas.
A 81 años del aniversario de su natalicio, sus estudiantes y colaboradores aún recuerdan cómo fue aprender a leer de sus propias manos y los riesgos que pasaron para poder cumplir esa meta.
Cuidar al profesor implicaba realizar la comida y mandarla clandestinamente hasta donde los jóvenes recibían clases. “Para ese tiempo me iba a la quebrada, echaba la ropa en un balde y debajo de la ropa los platos, para llevarle la comida a él, luego venía el profesor y mandaba a un chavalito donde yo estaba y corría guindo abajo con la comida”, expresó Natividad García, habitante de Pancasán, quien también colaboraba con el comandante Carlos Fonseca.
“Esa tortilla se ponía en un lugar y llegaba otro a trasladarlo, se dejaba en una piedra, un árbol y ahí se dejaba”, expresó Encarnación Suárez, habitante de la comunidad El Laberinto de Matiguás, Matagalpa. Solo algunos cuantos sabían donde y en qué momento se realizaban las clases, los estudiantes eran primos, hermanos y vecinos que tenían la oportunidad de aprender en una Nicaragua donde la educación era un privilegio para ricos.
En una tablas, con tiza, les enseñaba el abecedario, ocultos en la montaña y alejados de la comunidad para no ser vistos. “Yo aprendí con el comandante Carlos porque mi mamá se encargaba de hacerles la comida y en las noches que él llegaba a ratitos para comer, allí en una tablita me enseñaba las 29 letras… él me las dio escrita y con eso aprendí a leer”, expresó Víctor Manuel Díaz, quien tenía unos 11 años cuando le enseñó Carlos Fonseca.
“Él siempre nos hablaba de sus sueños, de que los niños jugaran por las calles, que fueran a la escuela, definitivamente sus sueños se han cumplido, la gente aquí se bachillera, tenemos a menos de un kilómetro el instituto, vemos a los estudiantes en grupo, esos son los sueños que él tenía”, compartió Encarnación Suárez.