"Tenemos que decidir entre el oro o el agua. ¿Qué preferimos compañeros?", pregunta el líder indígena Yaku Pérez. "Agua", gritan al unísono unos activistas que se oponen a la minería en Quimsacocha, en los Andes de Ecuador.
El agua cristalina corre por serpenteantes vertientes. Baja desde el páramo, un frágil ecosistema de alta montaña típico de zonas ecuatoriales, y abastece los afluentes a su paso. Indígenas y campesinos alertan de una amenaza: la minería.
En la provincia de Azuay, en el austro ecuatoriano, la mitad de unas 20.000 hectáreas del páramo de Quimsacocha ("tres lagunas" en lengua quichua), que se conserva en estado natural, está otorgada en concesión a la canadiense INV Metals Inc. Esa minera desarrolla un proyecto considerado estratégico por el gobierno ecuatoriano. Está en fase de exploración con reservas de 2,2 millones de onzas de oro, 13,3 millones de onzas de plata y 88 millones de libras de cobre, según cifras oficiales.
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En marzo pasado, una histórica consulta popular local prohibió las actividades mineras en todo Quimsacocha, considerado reserva de la biosfera y donde apenas 3.200 hectáreas estaban protegidas.
Se puede vivir sin oro, pero no sin agua
"Sin oro podemos vivir, pero sin agua jamás", expresó a la AFP Pérez, cuyo nombre Yaku significa "agua" en quichua y quien resultó electo como prefecto (gobernador) de Azuay en recientes comicios.
El funcionario, de 50 años e indígena del pueblo cañari kichwa, encabeza la "resistencia" de un sector de aborígenes y campesinos contra el extractivismo y en defensa de las fuentes de agua.
"La minería donde va genera despojo de los territorios, violencia en la comunidad, desestabiliza la democracia, genera corrupción institucional, contamina las aguas, envenena los ríos", afirma desde el borde de la quebrada Tasqui, y aprovecha para beber de su agua transparente.
Luego de estar preso cuatro veces por "defender el agua", Pérez enfatiza que "el mundo está tan loco. Oro para adornarse, ¿para qué? Oro para guardar y presumir de que es rico".