La violencia doméstica es un problema endémico en este país profundamente patriarcal pero, por primera vez, un número creciente de afganas están utilizando el divorcio como una nueva herramienta de emancipación.
Cuando el marido de Nadia, adicto a la heroína, empezó a pegarle con una barra de metal, ella hizo algo impensable para muchas mujeres en Afganistán: lo abandonó.
El divorcio está considerado como halal (un acto permitido) en la religión musulmana, pero en la sociedad afgana, se trata de un tabú mucho peor que el maltrato.
"Es un drogadicto y un alcohólico. No podía vivir más con él", explica Nadia del que fuera su marido durante dos años mientras solloza bajo los pliegues de su burqa. Su padre, sentado junto a ella, también rompe a llorar.
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Los ancianos de la tribu de Nadia intentaron intervenir, persuadiéndola para que volviera con su maltratador. En lugar de eso, la joven se convirtió en la primera mujer de su familia en pedir el divorcio.
"Dios ha dado derechos a las mujeres y el divorcio es uno de ellos", afirma. En este momento, trata de separarse legalmente con ayuda del Mecanismo de Subvención de Asistencia Jurídica (LAGF), un proyecto del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) establecido en 2014.
Las estadísticas nacionales son difíciles de encontrar, pero el LAGF ha visto aumentar los casos de divorcio un 12% en tres años.
"Las mujeres divorciadas afganas que tienen la posibilidad de empezar una nueva vida se están convirtiendo en modelos para otras mujeres, mostrando que los matrimonios infelices o con maltrato no tienen por qué ser una condena de por vida", explica a la AFP Heather Barr, investigadora de Human Rights Watch.