Seguro que has oído hablar del supuesto final de ‘Doraemon’ que parece sacado de ‘Los Serrano’. Ese en el que Nobita despierta en el hospital y descubre que estaba en coma y que todas sus aventuras juntos han sido un sueño. Se encuentra sin piernas y el gato cósmico no es más que un peluche al que se aferra entre lágrimas. Tu infancia puede respirar tranquila porque es un desenlace tan macabro como falso.
La historia de los finales de ‘Doraemon’ es de lo más curiosa porque hay, pero al mismo tiempo no hay. Fujiko Fujio, el autor que usaban los dos padres de la criatura, Hiroshi Fujimoto y Motoo Abiko, escribió el primer final de su historia en el volumen 7 del manga. En él, Doraemon hacía los dorayakis a un lado y le decía a Nobita que tenía que volver al futuro, al siglo 22 al que pertenecía. Recordemos que técnicamente, el famoso gato es un robot enviado al pasado para ayudar a su compañero a tener un mejor porvenir.
El manga y el personaje eran ya tan famosos para entonces que, por aclamación popular, Fujiko Fujio trajo de vuelta a Doraemon y continuó narrando sus desventuras con Nobita durante 38 tomos más (hubo 47 volúmenes en total). Barrieron esa despedida bajo la alfombra y decidieron que no habría final. Ni siquiera cuando, en 1996 y de manera repentina, un cáncer se llevó a Hiroshi Fujimoto.
Su compañero, Motoo Abiko, decidió poner el manga en pausa sin decir adiós, pero dejó que se siguiera explotando al personaje en el resto de industrias (como la serie de animación o los muñecos). Se mantuvo en sus trece hasta su muerte en 2022, a los 88 años de edad. Nunca quiso dar un cierre sin su compañero, dando pie a las elucubraciones que circulan hoy día y que dan pie a temas como el presente.
El final secreto de ‘Doraemon’
En 1998, un par de años después de que ‘Doraemon’ entrara en pausa y Motoo Abiko se recluyera, el mangaka Yasue T. Tajima decidió hacer su propio final. Dibujó un capítulo del manga tan bonito que para muchos ha pasado a ser el oficial. En él, la batería de Doraemon se acababa y Nobita, llorando a mares, llamaba a Dorami para preguntarle qué podía hacer para ayudar su amigo. La “hermana pequeña” del robotito azul le ofrecía entonces dos opciones.
La primera y más sencilla era cambiar la batería de Doraemon. El problema residía en que si lo hacían, el gato perdería todos sus recuerdos con Nobita. Dorami le explicaba que era por la falta de orejas de su compañero, las cuales se le comieron en su día unas ratas (motivo por el que Doraemon las odiaba tanto). A Nobita se le ocurre entonces llevarle a una fábrica del futuro para que lo traten y hagan allí, pero sin él, no puede viajar a ningún lado. Todo invento ha quedado desactivado.
La segunda, y la más dura, es esperar hasta que pase el tiempo, la tecnología avance y se equipare a la que sirvió para fabricar a Doraemon. Nobita, desolado, se queda solo y pensativo y tiene que hacer lo que no había querido hasta ese momento: crecer y ser responsable. Por su amigo. Vemos entonces un salto temporal en el que Nobita, Shizuka, Gigante y Suneo se han hecho mayores. Nobita en concreto es ahora un reputado científico que lleva años investigando el modo de arreglar a su amigo.
Finalmente, ya en su senectud, con barba y el paso del tiempo en el rostro, da con la fórmula. Logra que Doraemon se despierte y este, que le reconoce al momento, le pregunta si ha terminado ya los deberes. De lagrimita y sin el melodrama barato del sueño de Resines.