Un delantero centro está capacitado para marcar goles sin querer. Sólo ellos persiguen balones que nadie buscaría. En España el oficio lo representa Diego Costa. Entre su espinilla, su menisco y su ligamento anterior se estrelló un balón despejado que se fue a saludar la red. Fue un salvoconducto en un partido trampa, diseñado por Irán al milímetro de la paciencia y el reglamento.
Hay partidos que se identifican en la primera jugada. España sacó de centro e Irán se fue hacia atrás como si huyera de un fuego. Allí esperaba un paisaje repleto de matorrales, de camisetas rojas, de arenas movedizas, de artes escénicas y de malas miradas. Era como si Irán se hubiera entrenado viendo vídeos de Bilardo.
En ese paisaje de partido de promoción del Torneo Clausura, España se sentía fuera del escenario. En cada balón dividido se caía una cuchilla. Los de Hierro gobernaban el balón por dimisión iraní. Era una posesión que se intuía desde el día del sorteo. Irán sostenía el encuentro donde había soñado, en los alrededores de su área, esperando que España perdiera la paciencia, el fútbol y la educación.
Queiroz estudió el partido desde la metalurgia y los altos hornos. Le faltó presentarse en la banda con la cara llena de hollín. Cada entrenador explota lo que tiene. Su Irán puede dar una conferencia de orden y disciplina. No es extraño que el portugués sea un héroe en el país. Ha sabido pasar del glamour de Old Trafford y Valdebebas, donde coincidió con Cristiano y Beckham, a las trincheras iraníes. Para estudiar su carrera se necesita un satélite.
Donde no había una falta existía una pérdida de tiempo y si no un pelotazo. En esa jungla no había sitio para el neceser de Isco, Iniesta y Silva, los encargados de romper las cinturas de cualquier rival. El tridente tocaba y tocaba en una marea de tibias. Cerca de ellos, Busquets, que abrió otra vez una consejería del buen hacer. El pivote tomó mil buenas decisiones. Es un partido sin maquillaje, de especialista del fútbol. Impecable.
No había manera de encontrar a Diego Silva. El atacante necesita espacios, justo lo que no había en Kazán. Hierro había apostado por colocar en la banda a Lucas Vázquez, pero el interior madridista chocaba con Carvajal, lejos todavía de la clarividencia de sus mejores partidos.
De Lucas Vázquez se espera agitación y revolución, un antisistema en las líneas enemigas. A veces dan ganas de darle ochenta minutos de calentamiento. Su buena cara apareció en la segunda mitad.
No había noticias de Azmoun el Messi iraní, una denominación de la que el jugador, con buen criterio, huye. Ahora no hay país en el globo que no contenga un nuevo Messi. El genuino está en Rusia con la camiseta argentina.
El rebote de antología de Diego Costa agitó el jarabe del partido. Irán dejó de perder tiempo y se dedicó a explotar el punto número uno de su articulado, el juego a balón parado. Así llegaron varios sustos, sobre todo un gol bien anulado a Ezatolahi gracias a la tecnología.
En esa espera sobre la decisión del gol se arrugaron varios cuerpos. España, con un Isco inspirado ágil y con chistera, sufrió hasta el final. Irán rozó la heroicidad en un cabezazo final de Taremi. El partido concluyó entre suspiros y ojeras. En el Mundial no hay partidos de entrenamiento. El equipo más débil te prepara un hoyo para lobos. España tiene al suyo, Diego Costa.