Revelan ¡aterradores secretos! sobre la muerte de el entrañable «Don Ramón» de «El Chavo del 8»

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Cabe recordar que Ramón Valdéz fue uno de los actores más queridos por millones de personas en todo América Latina por su personaje Don Ramón, en la famosa serie de televisión El Chavo del Ocho. 

Años después de cosechar éxitos en todo el continente, Ramón Valdéz tuvo varios conflictos con Florinda Meza por lo que decidió irse del programa, dejando así un hueco imborrable en los foros de Televisa.

En 1987 Ramón volvió a la televisión azteca con el programa ¡Ah, qué Kiko! junto a Villagrán, quien no contaba con los derechos de Quico. A Valdés, en cambio, Chespirito nunca le impidió ser Don Ramón. No tenía por qué: sabía que ese personaje no le pertenecía. Pero esta nueva apuesta televisiva no resultó: ¡Ah, qué Kiko! permaneció al aire apenas unos meses.

Para entonces su salud ya estaba muy deteriorada. Todo se debía al cigarrillo. En los pasillos de los estudios de Televisa, donde se grababan los ciclos de Chespirito, nadie fumaba: la prohibición era taxativa. Menos para Monchito, claro, quien incluso solía despertarse a la madrugada con la única intención de encender un cigarrillo. La primera consecuencia fue un cáncer de estómago. Lo operaron. Y los médicos le aconsejaron —le pidieron, le rogaron…— que abandonara ese mal hábito. ¿La respuesta? Ramón también fumaba en su habitación del hospital.

Pese a la cirugía el tumor se terminó expandiendo, afectando su columna vertebral. El pronóstico fue cruel: le quedaban seis meses de vida. Ramón Valdés murió el 8 de agosto de 1988 a los 64 años, en la misma ciudad que lo vio nacer y también consagrarse. Pero lo hizo casi cuatro años después de que los médicos le hubieran dado aquel pronóstico fatídico.

Su entierro congregó a una multitud. Asistió su gran amigo Carlos Villagrán, por supuesto. Pero también el Señor Barriga y el Profesor Jirafales (para los puristas, Édgar Vivar y Rubén Aguirre, respectivamente). Frente al cajón una mujer lloró sin consuelo durante dos horas; se llamaba Angelines Fernández, la conocían como la Bruja del 71.

En cambio, María Antonieta de las Nieves no pudo concurrir: se encontraba trabajando en Perú. Durante años lamentaría no haber acompañado a Ramón Valdés en sus últimos días, y en su adiós. Porque en la ficción, la Chilindrina hubiera despedido a su padre; en la vida real, María Antonieta casi que haría lo mismo…

A nadie le extrañó que Florinda Meza no se acercara a dar el pésame. Su cuñado, Horacio Gómez Bolaños (Godinez en la ficción), sí lo hizo. Y Roberto Gómez Bolaños también podría haber asistido… Tiempo después el propio Chespirito reconoció como un gran error no haber ofrecido sus respetos a quien hizo por él lo máximo que uno puede hacer por el otro: provocarle una sonrisa.

La Bruja del 71 en verdad lo quería:

Angelines Fernández, quien fue conocida como La Bruja del 71 y su gran amiga le lloró todo el tiempo al punto de pedirle a todos que se fuera con su ‘roro’.

Don Ramón era adicto a la droga:

En una entrevista, Florinda Meza aseguró que Don Ramón era el único integrante de la producción de El Chavo del Ocho que tenía problemas con las drogas, además de que bebía alcohol y fumaba mucho, circunstancias que tendrían relación con el cáncer que padeció y le quitó la vida.

Por otro lado, La Historia detrás del Mito realizó una investigación en la que detalló que un par de años antes de su muerte, Ramón Valdéz ya no podía caminar y que esto obligó que dejará inconcluso su circo en Perú en 1987 para regresar de urgencia a la Ciudad de México, destaco La Verdad. 

Don Ramón falleció a la edad de 64 años, tres años después de haber sido desahuciado por los médicos de la época quienes le trataron su cáncer estomacal; aunque fue operado para detener y erradicar la enfermedad, esta hizo metástasis en su médula espinal y aceleró su fallecimiento.

Hoy, cuando ya transcurrieron más de tres décadas, a la par de las frases que Valdés popularizó en El Chavo del 8 todavía se escucha la advertencia de Doña Florinda: "¡No te juntes con esa chusma!". Pero a diferencia de Quico, quien esto escribe hubiera desobedecido aquella orden una y otra vez para ir a divertirse del lado de Don Ramón. Es que allí nadie reparaba en la vestimenta y cualquiera podía mostrarse tal cual es, sin montar ningún personaje. Y estaba permitido jugar como un niño, más allá de algún que otro grito de este hombre cascarrabias pero de gran corazón.

Porque la de Don Ramón —y la de Ramón Valdés, la de Monchito— era la vereda correcta de la vida.