Cuarenta años después de que la película «Tiburón» convirtiera a estos escualos en una feroz leyenda de la cultura pop, Samuel «Doc» Gruber insiste en demostrar lo seguro que es sumergirse en las aguas y nadar entre ellos.
En su bote a motor en las tibias aguas turquesa de las Bahamas, Gruber, una de las mayores autoridades mundiales en tiburones, lanza trozos de barracudas, malachos y otros cebos a una docena de tiburones que nadan en círculos, complacidos por el desayuno gratis.
También en el agua, una cantidad similar de humanos que cuelgan de una línea de anclaje con su equipo de snorkel combaten su inicial fobia a los tiburones y dan paso a la fascinación por el frenesí alimenticio que se desata ante sus ojos.
«¡Patéalo, patéalo!», grita Gruber alegremente, cada vez que un tiburón curioso se acerca demasiado a los buzos, que entonces sacuden las aletas para alejarlos. Un truco que al parecer nunca falla.
Después de que los tiburones han devorado todo, unos pocos valientes están invitados a unirse a Gruber para seguir buceando junto a los tiburones, gratis, durante una hora. Y los escualos parecen contentos de circular tranquilamente en torno a sus visitantes de tierra firme.
«Deberías verlos, son hermosos», dice este incansable biólogo marino de 77 años que, en 1990, fundó el Bimini Shark Lab en las Bahamas, que se ha convertido desde entonces en una parada obligada para todos los expertos en tiburones en el mundo.
«No son peces mortales del infierno», precisó.
Más de 500 especies de escualos habitan todos los océanos del mundo, desde el enorme tiburón de Groenlandia que se esconde en las aguas árticas hasta el tiburón linterna enano de las costas de Colombia y Venezuela, que caben en la palma de una mano.
Pero debido a la muerte de unos 100 millones de tiburones al año –muchas debidas al tradicional valor que se le da en China a la sopa de aleta de tiburón–, cerca del 30% de la población corre riesgo de extinguirse y poco más de un cuarto podría enfrentar la amenaza de su desaparición en el futuro cercano, dicen los científicos.
En términos generales, Gruber es optimista sobre el futuro de los escualos: «Ha habido un enorme cambio de percepción, pero todavía tenemos mucho que hacer».
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Alice Town, Bahamas | AFP