Un condenado a muerte vomitó y convulsionó durante su ejecución en EE.UU., en el estado de Oklahoma; en donde se usó un cóctel letal sospechoso de causar un sufrimiento atroz a los reos.
John Grant, un afroestadounidense de 60 años, fue condenado a muerte en 2000 por el asesinato de una empleada de prisión.
Tras haber recibido luz verde de la Corte Suprema de Estados Unidos, las autoridades penitenciarias le inyectaron tres sustancias y su muerte se confirmó pasadas las 4 de la tarde.
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El protocolo había sido aplicado en 2014 y 2015, pero los aparentes sufrimientos de los condenados condujeron el estado a declarar una moratoria de las ejecuciones.
Grant «comenzó a convulsionar poco después de la inyección del primer producto», declaró un periodista de la agencia estadounidense AP que asistió a la ejecución. Convulsionó unas veinte veces y vomitó en varias ocasiones antes de morir, agregó.
«Fui testigo de 14 ejecuciones, nunca había visto esto», señaló el periodista.
El calvario de Grant suscitó inmediatamente fuertes críticas. «Oklahoma saboteó sus tres últimos intentos de ejecución antes de su pausa de seis años, pero aparentemente no sacó ninguna lección de esta experiencia», comentó a la AFP Robert Dunham; quien dirige el Centro de Información sobre la Pena de Muerte (DPIC en inglés).
«Por tercera vez consecutiva no funcionó correctamente el protocolo de ejecución de Oklahoma», insistió Dale Baich, abogado de varios condenados a muerte, incluido Grant.
«Ya no debería haber ejecuciones en Oklahoma antes de que inicie en febrero el proceso» que tratará este punto preciso, agregó.
Cruel ejecución
Pero los servicios carcelarios de Oklahoma dijeron la noche del jueves que la ejecución se llevó a cabo como estaba planeada.
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«La ejecución del prisionero Grant se realizo respetando los protocolos de los servicios penitenciarios de Oklahoma y sin complicaciones», defendió en un comunicado Justin Wolf, director de comunicación del departamento correccional del estado.
Ese despacho había afirmado hace unos días que el protocolo era «humano y eficaz» y que las ejecuciones podían reiniciar.
Pero Baich consideró que habían «serias dudas» sobre el dolor causado por el cóctel letal y su conformidad con la Constitución estadounidense, que prohíbe las «penas crueles e inusuales».