Las perversidades sexuales entre las paredes de la iglesia católica

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La iglesia de Estados Unidos protegió a cientos de curas pederastas durante décadas. El informe del gran jurado de Pensilvania revela con detalle y precisión la forma en la que, de manera sistemática, los religiosos abusaron de menores y cómo esos delitos fueron encubiertos por la curia.

El religioso que atacaba en los baños

La primera queja llegó en abril de 1987. En un instituto religioso de Pensilvania, una menor denunció que el padre Augustine Giella insistió en que le dejara ver cómo hacía sus necesidades en el servicio. Luego vinieron más protestas de otras niñas, una de las cuales dijo que el religioso había actuado con ella "de forma inapropiada". Todas llegaron a la jefatura de la diócesis de Harrisburg, pero no se tomó ninguna media. Solo la retirada voluntaria de Giella en 1988 acabó con el calvario de las víctimas.

De todos los afectados, una familia con nueve hijos que acudía a la iglesia de San Juan Evangelista en la ciudad de Enhaut, fue la que más sufrió. De las ocho niñas del matrimonio, cinco sufrieron abusos.

En 2016, cuando las hermanas decidieron contar lo ocurrido revelaron las perversidades sexuales a las que el padre se entregaba en los cuartos de baño. Allí el religioso se dedicaba a recolectar muestras de orina de las chicas, vello púbico y sangre menstrual. Lo hacía con un sistema que colocaba en los inodoros. Según su relato, Giella ingirió algunas de las muestras.

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En 1992, ante la inoperancia de la institución eclesial, la familia de una chica de 12 años decidió denunciar el comportamiento inapropiado del padre a la policía. Tras su arresto, el acusado admitió haber mantenido contacto sexual con la niña en un lavabo y haberle sacado fotos.

En su casa encontraron ropa femenina, contenedores de plástico con vello púbico, productos higiénicos usados y fotografías de niñas en posturas sexuales explícitas. Giella nunca fue juzgado. Murió esperando a que se procesara su causa en ese mismo año, reseña el diario EL PAÍS. 

La niña mentirosa ante el hombre de Dios

La primera vez que Donald C. Bolton abusó de Jane Doe 1 (nombre ficticio asignado en los registros policiales) fue en 1976, cuando ella tan solo tenía siete años. Un año después, entró a la cabina de la iglesia donde la pequeña se estaba confesando, le bajó las bragas y restregó sus genitales contra ella.

Los abusos, que continuaron durante cuatro años, incluían frotamientos y masturbaciones. En una ocasión, el cura explicó a la niña que la estaba preparando para ser mujer. Insistió repetidas veces en que no se lo contara a nadie y llegó a decirle que "nadie iba a creer a una niña mentirosa ante a un hombre de la palabra de Dios".

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Jane Doe 1 confesó lo ocurrido en 1993 al obispo Michael Murphy. La orden de Bolton, la Congregación del Santísimo Redentor, le pagó 50.000 dólares y la aseguradora de la diócesis de Erie abonó el saldo. Jane Doe 1 alegó que no sabía si Bolton había abusado de sus amigas, aunque sospechaba que sí, como fue parcialmente confirmado años después.

En 1986, los padres una víctima habían puesto una denuncia ante la Oficina del Fiscal de Distrito del Condado cuando se enteraron de que Bolton estaba trabajando con niños en Nueva York. La Congregación del Santísimo Redentor les había prometido que el cura no volvería a estar cerca de niños. Fue condenado a tres años de libertad condicional pero el juicio no siguió porque los delitos habían prescrito. Su orden lo mantuvo en el ministerio hasta su muerte en 2006.

El roce de la casulla y la piel

El doctor que evaluó la conducta pedófila del padre Edmond Parrakow llegó a esta conclusión en un informe: "Si no hubiera sido descubierto continuaría con su comportamiento, sin pensar que hacia algo malo".

Parrakow, ordenado sacerdote en 1968, fue dejando a su paso una estela de quejas. La primera registrada en los archivos de la diócesis de Greensburg es de 1985, cuando un hombre alegó que el cura abusó de él 15 años atrás. Después de este incidente, el cura fue sometido a un tratamiento en una clínica, la Foundation House, en Nueva México.

En la clínica reconoció haber abusado de unos 35 niños durante los 17 años que había servido como sacerdote (tenía 45 años cuando hizo esta confesión). Parrakow dijo preferir a muchachos de 15 y 16 años, con quien admitió haber tenido tocamientos sexuales, masturbación mutua, felaciones mutuas, y penetraciones anales mutuas. El párroco pensaba que "el sexo con niñas era pecaminoso y que en cambio el sexo con niños no llegaba a ser una violación".

La clínica aconsejó a la curia no asignarlo a trabajos en las que tuviera contacto con gente joven. Pese a eso trabajó a posteriori en parroquias con catequesis.

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En 1989, la familia de un estudiante de un colegio católico, a quien el informe identifica como Víctima Dos, denuncia el acoso del padre. Es en ese año cuando suspenden sus trabajos parroquiales. La Víctima Dos declarará a agentes de la oficina de la fiscalía general que Parrakow era un pervertido que siempre le hacía sentirse incómodo. Les dijo también que un vecino que había sido monaguillo dejó sus labores con la iglesia abruptamente.

El monaguillo ejerció hasta que se topó con Parrakow. El chico dijo que el padre les pedía que no llevaran ropa debajo de la casulla porque Dios no quería que usaran prendas elaboradas por el hombre que rozasen la piel durante la comunión.

El test del cáncer

Decenas de curas de la diócesis de Erie agredieron sexualmente a menores de edad, con abusos que iban desde el “roce de genitales” hasta “la penetración vaginal, bucal o anal”. El padre Chester Gawronski fue uno de ellos. Asignado a esta diócesis en 1976, masturbó a varios menores con el pretexto de enseñarles a descubrir si tenían cáncer.

Como en otras ocasiones, la diócesis intentó acallar a las víctimas y disuadirlas de que denunciaran ante las autoridades. El jefe de la oficina del personal religioso escribió en 1987 una carta a un familiar de uno de los niños: "Mi única advertencia (…) es que se abstenga de buscar más información sobre eventos pasados”. Ese mismo año, el propio Gawronski proporcionó a la diócesis una lista de 41 posibles víctimas, y confirmó que al menos 12 de ellas habían pasado por el "test del cáncer". Fue entonces sometido a una evaluación psicológica y se cogió una excedencia.

En 1996, el obispo Donald Trautman tomó el mando de la diócesis y envió una carta a Gawronski en la que le agradecía todo lo que había hecho en sus 21 años de servicio. Entre 1987 y 2002, el cura permaneció en el oficio y fue asignado a diferentes tareas.

Solo a finales de 2004, tras la investigación del Boston Globe sobre los abusos cometidos en la Arquidiócesis de la ciudad y bajo una presión creciente, Trautman escribió una carta a Roma al entonces cardenal Joseph Ratzinger, acompañada de una lista de 12 páginas con la lista de las víctimas y los crímenes cometidos por Gawronski. Esta acusación, la única proporcionada hasta la fecha, convenció a Roma para que removiera a Gawronski del ministerio.

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Un exilio para tapar repetidas violaciones a menores

El padre Edward R. Graff pasó los últimos años de su vida en una especie de retiro en el sur de EE UU. Después de más de treinta años de servicio en parroquias y escuelas en la diócesis de Allentown sus superiores lo mandaron allí para recibir tratamiento por una conducta que no se acabó de determinar pero que ellos estimaron como "grave". Se hablaba de problemas con el alcohol, pero el verdadero motivo de su exilio, los abusos y violaciones a menores, fue tapado con eufemismos.

Graff murió en noviembre de 2002 en las dependencias policiales de una prisión en Texas, a la espera de que se le abriera un proceso judicial. Lo habían detenido por abusar sexualmente de un chico de 15 años hacía un mes. Este último episodio no fue el último que el jurado ha recogido. El jurado señala abusos también en la década de los setenta y los ochenta. Algunas de las víctimas sufrieron agresiones sexuales diariamente.

El religioso era particularmente violento cuando cometía los abusos. Un afectado explicó que, en una ocasión, Graff le dio a escoger entre ser penetrado analmente o salir corriendo. El chico, que insistió en que esta vivencia sigue teniendo un fuerte impacto en su vida, se lanzó hacia la calle medio desnudo.