Barrios enteros de la ciudad de Beit Janún, en el norte de la franja de Gaza, han quedado reducidos a cenizas, convertidos en solares sembrados de escombros.
«Al menos 3.500 casas han quedado destruidas totalmente o han sufrido daños. 3.500 familias se han quedado en la calle», explica a RIA Nóvosti el ingeniero Abu Karim, que tenía un piso amplio y moderno ahora agujereado por las bombas.
«Ya no podemos vivir aquí, es imposible», dice mientras muestra las ruinas de su hogar. Hay muebles troceados en el suelo, ropa hecha trizas, un peluche de uno de sus hijos lleno de polvo, la cabeza de una muñeca. Han podido salvar un sofá y una mesa.
La nevera parecía casi intacta y se esforzaron por bajarla a peso por unas escaleras que a duras penas se aguantan, pero cuando la conectaron a la electricidad vieron que era inservible. Abu Karim y su familia han podido refugiarse en casa de un sobrino en un barrio de las afueras de Beit Janún con el que no se cebaron las bombas del Ejército israelí.
Desde el ayuntamiento del municipio de Um al Nasser, una pequeña localidad de mayoría beduina pegada a la frontera con Israel, Abu Karim intenta ahora buscar escuela para los niños del pueblo. La que tenían era «la más bonita de Gaza», asegura el ingeniero, que codirigió la obra con la cooperativa de ingenieros ARCÒ.
El centro, conocido como «Tierra de los Niños», era la escuela de 120 pequeños, se utilizaba como centro para mujeres y tenía una cocina que se había estrenado unos meses antes de la guerra. Todo fue destruido por las excavadoras del Ejército israelí y rematado por un caza F-16 de la aviación.
«En todo el proyecto se habían invertido unos 300.000 dólares (232.000 euros) de la cooperación italiana y otras pequeñas aportaciones», explica Abu Karim. Los niños tendrán que empezar la escuela en un edificio fuera del pueblo que aún no está acondicionado. «El problema es que muchos no asistirán a clase porque no podrán pagarse el transporte o porque sus familias tienen miedo de mandarlos lejos», lamenta Abu Karim. Los estudiantes que puedan, volverán a clase el 14 de septiembre.
En la Escuela Preparatoria de la ciudad de Beit Janún no están nada seguros de poder comenzar en esa fecha y probablemente, el inicio del curso escolar se retrasará. Sus aulas todavía acogen a centenares de refugiados cuyas casas han sido destruidas por los bombardeos del Ejército israelí.
«En Beit Janún, unas 12.000 personas están alojadas en 8 escuelas de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA). Nuestra intención era concentrar a los refugiados en tres colegios e iniciar las clases en los otros, pero la gente no se quiere mover de donde está, dicen que no van a caber todos en tres centros», explica a este diario Basil Zaanin, director del centro de refugiados por parte de la UNRWA en la Escuela Preparatoria de Niñas.
La UNRWA calculaba que una parte de los desplazados que acogía en sus escuelas podría volver a sus casas y el número de refugiados se reduciría, pero esta previsión solo se ha cumplido en algunas localidades. En la ciudad de Gaza, muchos colegios se han vaciado porque los refugiados que pasaron la guerra en ellos han regresado a sus casas -si estaban en pié- o se han instalado en otras escuelas de la UNRWA en sus municipios de origen. Estos centros se encuentran ahora llenos de desplazados y ven poco probable empezar el curso la semana que viene.
«No sé si podremos comenzar las clases antes de noviembre, tal y como está la situación. No podemos echar a la gente a la calle. La UNRWA propuso entregar unos 3.000 dólares -en un pago o en una cantidad cada mes- a las familias cuyas casas fueran inhabitables para que puedan alquilar apartamentos, pero aún no se ha podido valorar el estado de todas las viviendas», indica Zaanin.
«Con esta cantidad no nos llega para alquilar nada, además ¿qué vamos a alquilar si no quedan casas intactas?», se pregunta Aziza al Bayari, una funcionaria de la Autoridad Nacional palestina (ANP) que se ha quedado sin hogar y vive ahora en un aula de la escuela de chicas con los diez miembros de su familia.
La dirección del centro se plantea concentrar a los desplazados en un ala de la escuela y destinar la otra a las clases. Los alumnos -niñas y niños- asistirán en dos turnos a las lecciones. Algunos pasarán de una clase a la otra. En una viven y en la otra estudiarán.