La capital chilena, Santiago, se encuentra al borde de la emergencia ambiental por niveles críticos de contaminación, un problema crónico en el invierno austral que hace «dañino para la salud» vivir en esta cuidad, alertan especialistas.
En las últimas dos semanas, Santiago soportó ocho episodios de «pre emergencia ambiental«, la segunda en la escala de las medidas restrictivas, por los altos niveles de contaminación a raíz de una nefasta combinación de factores geográficos, climáticos y medidas poco eficientes.
Como consecuencia, una densa nube de smog cubre gran parte de la ciudad, especialmente en las zonas más bajas, donde se asientan los sectores más pobres de la urbe, quienes resienten con mayor fuerza sus efectos.
«Vivir hoy en Santiago es dañino para la salud», afirma enfático el especialista en enfermedades respiratorias de la Universidad de Santiago, Pedro Aguilar.
Para hacer frente a los episodios críticos, el gobierno de Santiago decretó en las últimas dos semanas ocho «pre emergencias» ambientales, cuando los niveles de contaminación llegaron hasta los 499 microgramos de partículas nocivas por metro cúbico.
El nivel máximo es la «emergencia ambiental», cuando se exceden los 500. Durante el sábado pasado, algunas estaciones de monitoreo sobrepasaron ese límite.
Durante la «pre emergencia«, se restringe la circulación de 20% del parque automotor de Santiago y paraliza la emisión de fuentes fijas industriales. En emergencia, se duplican las medidas.
Encajonada entre varios cerros y a orillas del río Mapocho, la capital chilena, de unos siete millones de habitantes, sufre niveles críticos de contaminación en los meses de otoño e invierno, cuando disminuyen los vientos.
Los más de 1,9 millones de vehículos que circulan por la ciudad, sumados a las bajas temperaturas configura un efecto térmico que impide la disipación de los contaminantes.
«El principal problema de Santiago es geográfico. Hay muy poco viento y hay una alta inversión térmica», explica a la AFP el experto en contaminación de la Universidad de Santiago, Ernesto Gramsch.
La inversión térmica se produce al estacionarse en altura una nube de aire cálido que impide que el aíre frío -que se ubica más abajo y concentra los contaminantes- circule, un efecto que se acentúa en invierno, cuando la temperatura en el suelo baja.
Como efecto inmediato, la nube de smog obstaculiza la visión, provoca una sensación de sequedad en la garganta y picazón en los ojos, mientras que a largo plazo incrementa el riesgo de accidentes cerebro-vasculares, enfermedades del corazón, cáncer de pulmón y las enfermedades respiratorias agudas y crónicas, como el asma y la obstrucción pulmonar.
Las bajas temperaturas invernales favorecen la propagación de agentes infecciosos, como el virus Sincicial, que ataca principalmente a los niños, provocando bronquitis y neumonías.
Su incidencia mantenía a tope en estas últimas semanas las hospitalizaciones infantiles tanto en los servicios públicos de salud como los privados.
Pese a las medidas restrictivas no prohiben hacer ejercicio físico, los deportivas resienten los efectos de la contaminación.
«Cuando se sube el cerro, uno igual lo nota. Al principio, se nota la respiración más cargada, como que cuesta más respirar», dice a la AFP Juan Pablo Rojas, un ingeniero de 25 años que habitualmente sube el cerro San Cristóbal de Santiago.
«El rendimiento baja harto. La sensación con el ambiente baja mucho; se siente que está más pesado, no es agradable para pedalear», coincide Carlos Toledo, otro ciclista recreacional.
Los niveles de contaminación de Santiago se han estabilizado en los últimos cinco años tras la implementación de la primera parte de los planes, que sacaron de la cuidad las mayores fuentes contaminantes.
«Los niveles que teníamos en la década de los 80 hasta ahora han disminuido en un 60-70%. Lo que ocurre es que ahora las medidas que hay que tomar son muy difíciles», dice Ernesto Gramsch.
Entre ellas, destaca la eliminación de las estufas a leña y reducir el número de vehículos que circulan por la ciudad y que emiten un 40% de las partículas, una medida que a su juicio hoy es «casi imposible, muy difícil» de implementar.