El tercer jerarca más importante del Vaticano acusó el lunes a funcionarios de la Santa Sede de restar importancia a los abusos sexuales de los clérigos en la década de 1990, indicando que generalmente eran escépticos de las acusaciones de las víctimas y con frecuencia los consideraban «enemigos de las Iglesia» por razones políticas.
El cardenal George Pell formuló los comentarios ante una comisión investigadora australiana sobre las denuncias de abuso sexual infantil en las instituciones estatales y religiosas. La próxima semana se hará cargo de su nuevo cometido en Roma como prefecto de la Secretaría del Vaticano para la Economía, el nuevo ministerio de hacienda creado por el papa Francisco.
Pell, arzobispo saliente de Sídney, dijo que para 1995 la Iglesia australiana se había adelantado mucho al Vaticano al reconocer la magnitud del problema, aunque admitió que incluso en el 2007 «yo y otros cometimos errores». Se refirió al caso notable de John Ellis, un monaguillo abusado por un sacerdote en la década de 1970 que demandó a la Iglesia en el 2007 pero perdió ante una encendida defensa legal de Pell, cuando el tribunal falló que la Iglesia australiana no podía ser demandada como entidad.
Aunque ensalzó su propia respuesta, Pell atribuyó parte de la culpa a Roma.»La actitud de algunas personas en el Vaticano era que si había acusaciones contra sacerdotes, es que eran hechas exclusivamente o por lo menos predominantemente por enemigos de la Iglesia a fin de crear problemas y por lo tanto deberían ser consideradas con escepticismo», agregó.
Solamente después, cuando una delegación de obispos estadounidenses señaló al papa Juan Pablo II y sus asesores de que las acusaciones eran legítimas, comenzaron a cambiar las cosas, agregó. Los obispos estadounidenses, dijo Pell, «explicaron vigorosamente al Vaticano que no eran solamente los enemigos de la Iglesia los que hacían esto por algún motivo político, como hicieron los nazis y posiblemente los comunistas, sino que de hecho había quejas legítimas y buenas personas personas que amaban la Iglesia según la cuales (el problema) no era tratado de la debida forma».
Su comentario fue al parecer una referencia a la creencia de Juan Pablo II de que las acusaciones de las víctimas podrían ser falsas, según su experiencia como sacerdote en la Polonia ocupada por los nazis y luego comunista, donde con frecuencia los sacerdotes eran difamados por razones políticas.
CIUDAD DEL VATICANO (AP)