Durante su infancia en China, Hailun «Helen» Zhou siempre supo que terminaría su educación secundaria en Estados Unidos, costase lo que costase. «Los amigos de mi padre envían a todos sus hijos al exterior», cuenta la joven de la provincia de Sichuán, que pasó los últimos dos años estudiando en California. Terminará la secundaria esta primavera.
De jeans, camiseta y cabello negro, Hailun es a sus 17 años una de los tantos adolescentes chinos que están llegando en masa en busca de una educación occidental y una ventaja competitiva a la hora de solicitar ingreso en las universidades estadounidenses. Y, a la larga, hallar un buen trabajo en casa.
Pero la búsqueda del sueño americano puede volverse una pesadilla: algunos de estos llamados «chicos paracaídas» viven en Estados Unidos con poca supervisión adulta y pueden acabar en problemas, incluso en prisión.
«Es una industria enorme», dice Joaquin Lim, quien dirige una compañía que ayuda a los estudiantes chinos en las escuelas estadounidenses. Según él, es un sector de 25.000 millones de dólares.
Del casi un millón de estudiantes internacionales inscritos en instituciones públicas y privadas en Estados Unidos en 2014-2015, cerca de 304.000 (31,2%) son chinos, de acuerdo al Instituto Internacional de Enseñanza, con sede en Washington.
Unos 30.000 de estos estudiantes acudieron a escuelas secundarias, comparado con 1.000 una década atrás.
La mayoría de estos «chicos paracaídas» de entre 14 y 19 años llegan al sur de California. Y en general acuden a instituciones católicas o cristianas debido a las restricciones del gobierno estadounidense respecto al número de extranjeros en escuelas públicas.
Es una inversión
En ciudades como Murrieta, por ejemplo, una pequeña comunidad rural 130 Km al sureste de Los Ángeles, el número de estudiantes chinos aumentó explosivamente en los últimos años, lo que significa mejores ingresos para el distrito escolar y para las familias que reciben a los jóvenes.
«A los padres, la mayoría de clase media, les cuesta cerca de 50.000 dólares al año enviar a estos jóvenes aquí, pero lo consideran una inversión», dijo Lim.
«Hace tres años, teníamos cerca de 40 estudiantes chinos en secundarias de Murrieta. Hoy en día tenemos más de 300 y el número sigue creciendo».
Esta adormilada ciudad de 105.000 residentes, muchos de ellos jubilados, está en las antípodas de las contaminadas megalópolis chinas. Pero los adolescentes se adaptan bien al estilo lo vida americano, dice Renate Jefferson, quien supervisa el programa de intercambios de escuelas públicas locales.
«Lo primero que les impacta es el cielo azul», cuenta. «Van admirados por el azul del cielo. Les parece hermoso», acota.
Los estudiantes también están estupefactos por la libertad académica y los equipos artísticos disponibles, en comparación con el riguroso sistema chino, concentrado en las ciencias y las matemáticas.
«Si hay una palabra para describir la vida aquí, esa palabra es ‘libre'», dice Junheng «Carl» Li, un estudiante de 19 años que se graduará este año en una escuela católica en Murrieta.
«Hay muchas opciones y mucha más libertad para estudiar lo que te interesa», asegura.
Pero sin supervisión
No obstante, muchos de estos jóvenes que han sido confiados por sus padres a turbios intermediarios tienen un difícil aterrizaje en Estados Unidos. Llegan poco preparados para el choque cultural y a su nueva independencia y, en ocasiones, van a dar a casas de familia que no se ocupan bien de ellos.
El mes pasado, tres adolescentes chinos inscritos en Rowland Heights, una pequeña ciudad al este de Los Angeles que ha recibido una gran diáspora china, fueron condenados a duras penas de prisión por haber secuestrado y torturado a otros dos jóvenes.
El caso tuvo una gran repercusión mediática en China y lanzó una polémica sobre el riesgo de enviar los hijos a más de 10.000 kilómetros de sus familias y con tan poca supervisión adulta.
El sargento de policía Steven Perez, que investigó el caso, explica que los agentes encuentran cada vez con más frecuencia a adolescentes que andan solos por la noche o incluso viviendo en casas compradas por sus padres en las que no hay ningún adulto.
Para Evan Freed, un abogado que representó a una de las adolescentes incriminadas de Rowland Heights, este caso debe alertar a los padres chinos sobre el hecho de que podrían estar enviando a sus hijos a una pesadilla y no a un brillante futuro.
Su cliente, cuenta, «se sentía perdida, estaba triste de que su familia no estuviera allí». A sus 18 años, fue condenada a 13 años de prisión.