«Tengo un poco de miedo pero no tenemos más remedio»: los habitantes de Bruselas intentaban este miércoles volver a la normalidad tras los peores atentados de su historia, en una ciudad donde el metro seguía parcialmente cerrado y que tomaba poco a poco conciencia de que nada será como antes.
Dominique Salazar, de 18 años, acompañaba a sus dos hermanos de 3 y 6 años a la escuela en la estación de metro Schumman, de nuevo abierta, justo al lado de la de Maelbeek, donde el martes murieron una veintena personas cuando un kamikaze se hizo estallar.
«Tengo un poco de miedo, sobre todo por mis hermanos pequeños. Pero no tenemos más remedio, tenemos que desplazarnos», explica esta estudiante.
«Es una línea que tomamos todos lo días y cuando ves lo que pasó ayer… Hoy hay mucha menos menos gente» constata. La estación, uno de las principales nudos de comunicación de la ciudad, está ahora vigilada por militares que controlan todos los pasajeros en la entrada.
En este barrio normalmente bullicioso, que concentra la mayor parte de instituciones europeas, reinaba una extraña calma y muchos funcionarios optaron por venir a trabajar en bicicleta hasta el imponente edificio de la Comisión Europea, donde las banderas ondeaban a media asta.
«Voy a ir en metro, da igual lo que pase. No voy a abandonar mi manera de vivir porque un imbécil haya decidido hacerse estallar», decía entre la resignación y la rabia Vasco, un hombre de de 27 años, que trabaja en un supermercado.
Varados en el aeropuerto
Cerca del aeropuerto internacional de Zaventem, donde el martes murieron al menos 15 personas en dos explosiones, muchos pasajeros tuvieron que pasar la noche en un pabellón deportivo cercano después que anularan sus vuelos.
Tampoco aquí será fácil volver a la normalidad. Las autoridades han anunciado que los trabajos para reparar los destrozos tomarán tiempo y que el aeropuerto también permanecerá cerrado el jueves.
«Unas cuarenta personas han dormido aquí. Venían de España, Canadá, Catar… Durmieron en camas de campaña, aunque creo que no durmieron mucho», explica Eva Bruyninckx, una empleada del municipio que habilitó el pabellón.
Valentino Martín, un español de 28 años, tuvo suerte y pudo pasar la noche en casa de un habitante de Zaventem después de que anularan su vuelo de Praga a Madrid, con escala en Bruselas.
«Estábamos comiendo un kebab cuando un hombre nos dijo ‘Si queréis poner venir a mi casa’. Habíamos tenido un día horrible. Bebimos cervezas con él y dormimos en su sofá. Fue muy amable porqué aquí estaba lleno», dice este andaluz de Alcaudete que todavía no sabe como volverá a casa.
La Plaza de la Bolsa, mausoleo improvisado
En el centro de la ciudad, la Plaza de la Bolsa –justo al lado de la emblemática Grande Place– se ha convertido en un mausoleo improvisado de homenaje a las víctimas.
Frente al imponente edificio de la Bolsa la gente ha instalado velas, banderas de todos los países y mensajes garabateados con tiza como ‘La unión hace la fuerza’ o ‘Todos somos humanos’. También hay pequeños Manneken-Pis –la emblemática escultura de un niño que orina que conocen todos los turistas — e incluso botellas de cerveza vacías.
«Confío en nuestra policía y nuestro Estado y lamento las críticas del extranjero. Estados Unidos no pudieron evitar un 11 de septiembre ¿y nosotros, un pequeño país, tendríamos que hacerlo?», lamenta Pascal Huylebroeck, en referencia a un ministro francés que criticó la «ingenuidad» de las autoridades belgas.
«Ahora espero que haya un gran movimiento de solidaridad. Normalmente, aquí, cuando alguien tropieza y cae al suelo nadie hace nada», explica por su parte Pierre, un trabajador municipal de 48 años que dice estar «dispuesto a pagar» más impuestos para tener más seguridad.
Desde primera hora de la mañana y hasta las 12h00 del mediodía, cuando el país se paralizó para guardar un minuto de silencio, decenas de personas, en su camino al trabajo, iban dejando ramos de flores.
«Ahora será mucho más duro, tendremos que adaptarnos» vaticina Pierre con aire resignado.