Ser sacerdote puede ser una profesión de alto riesgo. Al menos en México donde, en los últimos diez años, 36 curas han sido asesinados por el crimen organizado, convirtiendo el país que visitará el Papa en el más peligroso para los religiosos de América Latina.
El último de la lista fue el padre Erasmo Pliego de Jesús, cuyo cuerpo calcinado fue encontrado en noviembre en Puebla (centro), uno de los estados más devotos del país. Unos meses antes, en abril, el padre Francisco Javier Gutiérrez también apareció muerto con un tiro en la cabeza en Guanajuato (centro).
«Te vamos a matar», le mandaron a decir al padre Alejandro Solalinde, fundador de un albergue de migrantes en Oaxaca (sur), que vive bajo medidas cautelares dictadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) desde 2010 y tuvo que salir temporalmente de México en 2012 tras recibir amenazas de muerte.
«Una de ellas ya le ponía inclusive precio a mi cabeza. Daban 5 millones de pesos (unos 400.000 dólares de la época) por matarme», recuerda el aguerrido sacerdote de 70 años, que ahora es acompañado día y noche por cuatro guardias de seguridad y su albergue «Hermanos en el camino» está rodeado de mallas y policías.
Desde 2005 hasta la fecha, 36 sacerdotes han sido asesinados en México y otros dos están desaparecidos, siendo «el país latinoamericano más peligroso para ejercer el ministerio sacerdotal», por delante de Colombia, Brasil y Venezuela, según el Centro Católico Multimedial.
Que la mayoría de los 50 curas asesinados desde 1990 en México sean en esta última década demuestra que los religiosos no han escapado de la violencia que desangra al país desde que, en 2006, el gobierno lanzó la llamada guerra contra el narcotráfico, estima Nelson Arteaga, sociólogo e investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
«Los sacerdotes y las religiosas estamos en la mira porque nos hemos metido cada vez más en la crisis de derechos humanos de este país. Estamos acompañando a las víctimas y esto nos hace más vulnerables hacia el crimen organizado y su brazo político», afirma el padre Solalinde.
La arquidiócesis reconoce su preocupación por la violencia contra los curas.
«Ha sido terrible. Muchos sacerdotes continuamente son afectados por el crimen organizado porque hay gente que ve al sacerdote como el símbolo de determinados valores que a ellos no les conviene que se difunda», dijo a la AFP el arzobispo primado del país, Norberto Rivera.
En la Ciudad de México, donde despacha, al menos 400 sacerdotes sufren extorsiones y amenazas, reconoció el líder religioso.
¡Basta ya!
Pero es en zonas rojas como Guerrero (sur) o Michoacán (oeste) donde los curas son más amenazados.
El Papa hará parada el martes en la capital de Michoacán, donde el conflicto entre el cártel de Los Caballeros Templarios y las autodefensas hizo que el obispo de Apatzingán, Miguel Patiño, tuviera que ser resguardado por las autoridades ante un supuesto ataque inminente en 2013 y el vicario de esa misma ciudad, el padre Gregorio López «Goyo», diera misa con chaleco antibalas.
Aunque quizás sea el estado de Guerrero, tristemente famoso por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, donde se hayan producido recientemente los crímenes más sonados hacia prelados.
Uno que conmocionó al país fue el del sacerdote ugandés John Ssenyondo, quien fue secuestrado al salir de una misa en una zona serrana, y sus restos aparecieron en noviembre de 2014 en una fosa clandestina junto con otros 12 cadáveres.
Apenas un mes después, en Navidad, el cuerpo del padre Gregorio López fue encontrado con un balazo en la cabeza, tres días después de haber sido secuestrado por un comando cuando estaba en un seminario.
«¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes», fue la súplica que hizo la Conferencia del Episcopado Mexicano tras la aparición del cadáver.
El mismo Papa mandó una nota para repudiar el asesinato y pedir a los sacerdotes mexicanos «proseguir con ardor su misión eclesial a pesar de las dificultades, siguiendo el ejemplo de Jesús».
Aunque los curas han sufrido episodios de persecución en México como en la llamada Guerra Cristera (1926-1929), sus crecientes amenazas y asesinatos «nos están hablando de que hay un cambio de valores, una modificación de los referentes que antes se consideraban intocables», estima el investigador Arteaga.
Casualidad o no, antes de su visita a México, el Papa firmó el decreto para declarar santo a José Luis Sánchez del Río, un niño de 14 años asesinado durante esa guerra en la que milicias de campesinos católicos se alzaron en armas contra las leyes anticlericales del gobierno nacido de la Revolución.