Una desgastada imagen color pastel de la Virgen de Guadalupe cuelga del tablero de Germán Herrera Hernández y vigila a sus pasajeros, posada junto a los cigarrillos, goma de mascar y un puñado de monedas. «Creemos en ella», dijo Herrera, un hombre de 55 años que conduce un taxi desde hace una década en la Ciudad de México. «Nos protege andemos donde andemos».
Cuando el papa Francisco visite México en los próximos días hará lo que se espera sea una emotiva escala en la Basílica de la Virgen de Guadalupe, la santa patrona de los mexicanos y «emperatriz de América», la cual recibe todos los años millones de peregrinos que rezan junto al sudario con su imagen.
Pero es también una presencia constante en las vidas de millones de personas como Herrera, no solo en la basílica. En todo el país, en casas particulares y en sitios públicos, contempla con aire benefactor desde las paredes de las taquerías y las comisarías, desde los espejos de los salones de belleza y desde las afueras de los moteles donde la gente va a escondidas.
En los barrios pobres y en los sectores de comercios caros, tal vez nada una a los mexicanos más que su reverencia por la virgen. Familias que sufren encienden velas debajo de su imagen en altares dedicados a parientes muertos y los jóvenes pagan fuertes sumas para hacerse tatuajes de la virgen que cubren todo el brazo.
«Hay un viejo refrán en México que dice que los mexicanos son un 90% católicos y 100% guadalupanos», expresó Andrew Chesnut, que dirige los estudios católicos de la Virginia Commonwealth University. «Si hay un componente principal de la mexicanidad, es Guadalupe, porque obviamente trasciende la religión. Vende productos, está en los tatuajes de gente que no es necesariamente devota de ella».
Según la tradición, la virgen de piel cobriza se apareció ante el indígena Juan Diego en 1531 en Tepeyac, una colina cerca de la Ciudad de México donde los aztecas veneraban a una diosa madre, y su imagen quedó milagrosamente grabada en una manta que llevaba.
La imagen ayudó a los sacerdotes a inculcar el catolicismo entre los indígenas mexicanos durante la era colonial y la iglesia posteriormente la nombró patrona de las Américas. Juan Diego fue canonizado en el 2002, durante el papado de Juan Pablo II, y es el primer santo indígena del hemisferio.
La capa de Juan Diego es exhibida detrás de un vidrio en la basílica, el altar mariano más visitado del planeta, donde distintos carteles invitan a no tomar fotos con flash y largas colas de devotos son desplazadas en cintas transportadoras.
Chesnut dijo que Francisco es un «pontífice muy fuertemente mariano» y que su visita a la basílica será uno de los grandes momentos de su viaje a México, el país de habla hispana con más católicos.
Todos los 12 de diciembre millones de personas visitan la basílica al norte de la Ciudad de México, muchos de ellos gateando o llevando estatuas de Guadalupe en sus espaldas, para pedirle suplicando todo tipo de favores: que cure una enfermedad, que libre de una adicción o que vele por los seres queridos.
El resto del año, los mexicanos se persignan cuando pasan frente a altares de Guadalupe, que hay por todos lados. Custodios se aseguran de que los altares estén siempre limpios, listos para recibir flores y velas.
En el mercado Martínez de la Torre del centro de la Ciudad de México, una carnicería recibe a sus clientes con un retrato de Guadalupe con un marco de luces de neón rojas, blancas y verdes, los colores de la bandera mexicana.
«¿Por qué tener una virgen? Porque nuestra fe en ella es muy grande», expresó la carnicera Erlinda Olivares Zúñiga, quien se emocionó cuando se le preguntó por la virgen y la visita del papa. «Somos elegidos de Dios por haberse aparecido aquí la virgen».