Bataclan: De noche de rock a pesadilla del infierno

El 13 de noviembre, un comando de tres kamikazes irrumpe en la sala Bataclan, en pleno concierto de un grupo de garage-rock, para el que se habían agotado las entradas. Baño de sangre, olor a pólvora, 89 muertos y el asalto final. Tres horas interminables en el infierno. 

Llegados del desierto californiano, los irreverentes Eagles of death metal tocan desde hace tres cuartos de hora frente a una muchedumbre joven y compacta en una sala con capacidad para 1.500 espectadores, cuando repentinamente estalla el horror.

Son las 21H40 cuando un VW Polo negro con matrícula belga estaciona frente a la fachada del teatro. Salen tres hombres, con el rostro descubierto. Llevan puestos chalecos con TATP, un explosivo artesanal muy inestable. Llevan armas de guerra. Uno de ellos acaba de enviar un SMS, «Ahí vamos», antes de arrojar su teléfono en un cubo de basura.

Apostado en la puerta, el jefe de la seguridad del teatro, «Didi», entra a la sala no bien se oyen los primeros disparos y empiezan a caer transeúntes en la calle. «¡Rápido, entren, entren, están disparando!»  

Adentro, el concierto está en su auge. Los norteamericanos tocan el tema «Kiss the devil» (besa al diablo) cuando se oyen, en la sala oscura, las primeras detonaciones: desde la planta baja, los atacantes abren fuego.

Durante unos cuantos segundos, el grupo sigue tocando. Confusión. Varios espectadores, medio inquietos, medio preocupados: «Son petardos». Charles y Nicolas, de 34 años: «Pensamos que era pirotecnia».

Los cuerpos caen, el olor a pólvora inunda el ambiente. La muchedumbre grita. La música se detiene: los rockeros huyen despavoridos del escenario. Los yihadistas disparan «a la altura del bar y de la consola de sonido», relata Philippe, un joven padre. «Encendieron las luces».

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Grupos de espectadores huyen por las salidas de socorro abiertas por los guardias de seguridad, otros escapan por el tejado. Otros se esconden donde pueden.

Entre el público hay un movimiento colectivo: todos al suelo. «Olía la sangre que corría», relata Loïc Wiels, de 33 años, «veía a la gente caer a mi alrededor». Los atacantes disparan «al montón».

«Algunos se quebraban y lloraban», dice Samuel, de 42 años, «otros hacían callar a los demás por temor a ser los siguientes».

«Había celulares que sonaban, y entonces disparaban: ‘paf’. Cada quince segundos: ‘paf.» Sylvain Raballant, de 42 años, intenta salir por la puerta. Una ráfaga lo inmoviliza en el suelo. Sobrevive.

Anthony ve a un «tipo barbudo» que dispara metódicamente: «Esperaba la bala fatal». Luego los yihadistas suben al balcón.

«Alguien gritó que se habían ido», relata Anthony, «me resbalé en un charco de sangre, nos arrastramos, pasamos los unos por encima de los otros…» En el camino hacia la salida, los cadáveres «son un obstáculo».

En el primer piso, los yihadistas siguen disparando. Algunos espectadores caen en una trampa sin salida, como David Fritz, un chileno de 24 años colgado de una ventana abierta a siete metros de altura, antes de ser obligado a entrar por los yihadistas. «Vienen hacia nosotros diciéndonos: ‘no los vamos a matar, sígannos'», relató Stéphane al diario L’Humanité.

Hacia las 22H00, un comisario de la brigada anticriminal de París penetra en el Bataclan con su chófer. Con su arma de servicio, mata a un atacante en la planta baja, haciendo estallar su chaleco con explosivos.

A las 22H15, la Brigada de búsqueda e intervención (BRI) llega al teatro, según relata un policía que participa en el asalto: una primera columna progresa hacia el balcón, una segunda acude como refuerzo, mientras unidades del cuerpo de élite Raid se posicionan en el exterior y la planta baja.

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«Cuando llegamos, no escuchamos ningún disparo», relata. Para estos policías, sin embargo muy aguerridos, la visión es de pesadilla, nunca vieron algo así en su vida. En el suelo, «una marea humana», «el infierno de Dante». «Una carnicería», dice otro policía. Los teléfonos suenan en los bolsillos de los muertos.

«Policías con equipos de seguridad máxima nos hicieron comprender que podíamos salir», dice Samuel. «Pasamos por encima de los cuerpos».

Detrás de cada puerta hay rehenes escondidos: La policía verifica que no haya ningún yihadista mezclado. Pierre Janaszak: «me pidieron que me desnudara de torso antes de salir».

 A los 18 minutos pasada la medianoche, la policía da el asalto. La BRI entra por la puerta. Entre ella y los yihadistas que abren fuego están los rehenes. La policía ingresa con escudos. Cuando todos los rehenes están detrás de ellos, la policía abre fuego. En circunstancias que quedan por determinar, los yihadistas explotan.

El asalto final dura apenas unos minutos. Se necesitará todavía una hora para garantizar la seguridad del lugar y hacer salir a los rehenes, algunos de los cuales no se animan a salir. «No nos animábamos a abrirle al Raid», cuenta Marielle, oculta en el baño de un camerino «porque no sabíamos si era el Raid o los terroristas».

Omar Ismail Mostefai, de 29 años, Samy Amimour, de 28, y el tercer yihadista cuya identidad queda por determinar, mataron a 89 personas en el Bataclan. Los ataques en serie dejaron en total 129 muertos en París y los alrededores del Estadio de Francia.

Francia | AFP